viernes, 13 de febrero de 2009

Extracto de la Novela "Carhué" por Leandro Vesco

EL TRIATLON QUE SE CONVIRTIÓ EN BOCHORNO


La 4ta edición del Triatlón de Carhué atrajo a una multitud de deportistas de todo el país y al italiano Andrea D´Aquino, que fue la estrella de la competencia ganándola de punta a punta, sin que nadie le soplara la nuca, aunque a veces el argentino nacionalizado tano, Daniel Fontana estuvo cerca de igualar el ritmo arrollador del Hercules de las Pampas. Fueron dos días de intenso movimiento, los atletas ganaron las calles de la ciudad, que se vio desbordada por la presencia de los amantes del deporte, gente de toda la región se dio cita en Carhué. Ya desde el sábado a primera hora la ruta tenía un tráfico como hacía mucho no veíamos, camionetas con enormes calcomanías, motos y tres camiones que transportaban las bicicletas de los competidores. La entrada de los hoteles se veía alborotada, hombres en shorts y mujeres en calzas se masajeaban sus músculos, había comitivas de periodistas, familiares y gente que se acercaba a ver a los titanes. Todo se fue ocupando y para el mediodía ya no quedaba ni una sola cama ni habitación disponibles. ¿Usted quería un poco de hielo? Seguramente se olvidó que hasta en la radio anunciamos que había que ir a lo del Vasco a las cinco de la mañana, Él y Rolando ya habían ido hasta el programa de Lorruño, y hablado con Christian Montesino, la multipremiada Julieta Sánchez además de pasar un rato por el programa de Dony San Román para avisar que abrían antes. ¿Quería un pedazo de cordero, un poco de asado pero del bueno? Olvídese, el Triatlón todo lo compró, lo ocupó lo comió y lo bebió. Hubo fiebre del deporte, y mucha gente queriendo pasarla bien. El tiempo, saltó a la vista, ayudó con un solazo que se dibujó en nuestro magnífico cielo pampeano, sólo faltaba que cayeran bondiolas del cielo para completar este día inolvidable. Hasta el lago Epecuén se mostró conciliador, ofreciendo a los atletas una tempratura de 22º.
La competencia fue el domingo pero el sábado los deportistas hicieron un reconocimiento de los distintos terrenos que tenían que domar al día siguiente. Recordamos que este evento es único en el mundo porque en la 1 etapa hay que nadar el ancho de todo el lago que son 8 kilómetros, pero con una salvedad, en vez de agua, hay que nadar sobre soda. Por eso, muchos de ellos lo que primero hicieron fue zambullirse al lago para palpar de cerca la complicada situación que presenta nuestro querido espejo de agua, inspirador de poesías y de historias de todo calibre.
Sin embargo, esta edición será recordada por dos episodios. El primero, es que con todas las comitivas, llegaron 20 triatletas no videntes, constituyendo un verdadero hito en lo que a triatlones se refiere en nuestro país, y según nos informan en el mundo entero, por lo que podemos decir que el primero triatlón para ciegos se hizo en nuestra Ciudad. Los ciegos, todos atletas de primera, vinieron de muchas provincias y entre ellos se encontraba Ruben Fesler, medalla de plata en los últimos juegos para ciegos disputados en Porto Alegre. Como vemos, el material era de primera. La delegación de ciegos llegó un día antes para poder aclimatarse mejor a la geografía y porque se le celebró un homenaje en el Museo de la Soda presidido por el intendente Alberto Gutt y el cura párroco Pablo Lell ofreció una misa en homenaje a estos verdaderos ejemplos de vida. Los 20 ciegos vinieron con tres miembros de la Sociedad Argentina de Deportistas Especiales, también no videntes, por lo tanto, y aquí deberíamos sacarnos el sombrero, nuestra sociedad demostró que cuando hay que mostrar el corazón, no andamos con vueltas. Los deportistas ciegos fueron ayudados por una multitud de carhuenses que pudieron además oír anécdotas del mundo del deporte al tiempo que ayudaban a cruzar los boulevares a esta verdadera elite de campeones.
El domingo a primera hora ya se podían ver los humos de innumerables churrasqueras que ya no daban más de las ganas de tener costillas pero tambien entrañas y alguna que otra verdurita para damas que quieren estar en línea para amenizar la espera y acompañar esta 4ta edición del Triatlón de Carhué, una multitud se dio cita en el balneario La Isla desde muy temprano, la familia armó su carpa, desplegó sus reposeras, el termo y el mate siempre amigos y la bolsa con churros o pastelitos, algunos menos protocolares, por imperio de la tradición ya se le animaban al tinto con un buen chorro de soda Carbajo, queremos decir, el folclore en su máxima expresión. Desde los parlantes se oían temas musicales de moda y algún que otro reportaje a los verdaderos protagonistas de la jornada, los atletas.
El petardo que daba inició a la competencia estaba previsto que explotara a las nueve, y más o menos a esa hora llegaron las autoridades, por lo que el petardista debió aguantarse un poco las ganas de hacer su merecida pero efímera labor, y la demora fue bien vista porque en ese hito horario corría un chijete que podría hacer acalambrar a más de uno. Avenida Colón fue eje del “movimiento” poque se veía una caravana de autos, bicicletas y ciclomotores que venían a presenciar la largada, medios de Bahía Blanca, Huangelen, Coronel Suárez representado por el monstruo del micrófono Oscar Durand, y hasta la artista plática de Cura Malal, Mercedes Resch que realizó una pintura in situ del colorido festejo, dieron un marco ideal, en definitiva estaban todos posicionados en sus respectivas ubicaciones, las fm de la ciudad a ultimo momento buscaban la primicia, aquella novedad que valiera el viaje y que justificara el viático, es decir, el choripán y el vaso de vino con soda burbujeante. Era todo aquello, un infinito mar de gente entusiasta; más o menos para poder graficar qué es un triatlón ahora que estamos por contar la largada de uno, se puede resumir en nuestro caso a esto, 1 etapa, correr 15 km hasta llegar a las ruinas de la Ex Villa Epecuén, desde ahí, 8 km a nado por el lago y la 3 etapa, 20 kilómetros corriendo alrededor del lago, es decir, llegar a A. Vatteone y pegar la vuelta para cortar la cinta que se puso en la plaza Levalle, para hacer todo esto, dios mio!, hay que decirlo, se necesita mucho amor propio y un fabuloso espíritu de superación.
Pero ya que estamos casi terminando nuestra crónica, diremos que hubo que lamentar algo, un grupo, los de siempre, hicieron de las suyas. Presos de lo contrario a lo que veníamos hablando, gente sin amor propio y sin más deseos que el de hacer despelote en un lugar que no daba salió con la suya, queremos decir que un grupito de alcoholistas de no más de cuatro pero que se hacían notar como ciento, según pudimos constatar el domingo último, manosearon algunas damas y sembraron el terror en la zona del baño del camping Municipal, a metros nomás de la largada, alguien habló de zona liberada, pero eso lo debería decir otro medio y no el nuestro; sin embargo, la lamentable presencia de esta caterva de sotretas no llegó a mayores porque a las nueve y cuarenta y cinco bajo un cielo azul transparente, el presidente del Triatlón, el Dr. Ezequiel Encinas Basso, comunicó al petardista que se ubicara.
Los altavoces avisaron de la inminente largada y las autoridades se acomodaron en el palco oficial, donde Alberto Gutt presidía la escena, en un momento de gran emoción solamente dijo unas breves palabras: “Lo que no se empieza no se acaba…Que gane el mejor y que esto sea un ejemplo para todos, ¿que más puedo decir?, que acá en Carhué, se puede!... adelante nomás!” Acto seguido el petardista se serenó aunque sus manos no lo demostraban, en una mano, el encendedor, y en la otra, el petardo, un, dos tres… y lo prendió, la mecha se encendió y lo largó al medio de la calle en donde esperaban una línea de Hércules deseosos de batir marcas. El silencio, los ojos de cien, de quinientas, de mil personas de pronto se posaron en ese petardo, las respiraciones, contenidas, las manos apretadas, y hasta los pedos censurados, hasta que finalmente, boom, explotó, en el mismo instante el ejército de piernas musculosas pasó por encima de la cuerda y se largó nomás la competencia. La algarabía y la felicidad fue común a todos. El triatlón estaba en marcha, y los organizadores pudieron respirar tranquilos.
Pero antes dijimos que esta edición iba a ser recordada por dos motivos, el primero, por la veintena de atletas ciegos que se animaron al desafío y por el cual llegaron desde todas partes los medios a cubrir la novedad, y el segundo motivo… bueno, del segundo motivo hubiera querido mejor ni escribir, pero atentos y obedientes a nuestro oficio, no podemos más que sentir congoja y angustia por lo ocurrido.
Minutos después de que los corredores salieron como flechas hacia la victoria, le llegaba el turno a los ciegos, todo el mundo los acompañó y allí fueron dando pequeños pero seguros pasos hacia el punto de largada, es increíble cómo aquí nadie se dio cuenta de lo que en pocos segundos sucedería, es un verdadero misterio que se develará algún día; como los ciegos suelen tener más desarrollado, nos comentaban, el órgano auditivo, el petardista no trabajó y sí lo hizo el Intendente, para ser inmortalizado en la fotografía, y en todas las anécdotas, se pactó que fuera él quién diera la voz de aura. Y fue así, igual que la anterior largada, pero esta vez menos numerosa, pero de igual manera la lía estuvo habitada por corajudos hombres que le venían a decir a la vida que ellos sí podían. Los veinte ciegos, se prepararon, y aunque miraban para cualquier lado, cuando el Intendente Alberto Gutt dijo “A la una, a las dos… y a las tres… vamos!” los veinte entonces, al mismo tiempo alzaron la misma pierna para iniciar la corrida, pero en ese mismo momento, los veinte ciegos se dieron un tristísimo, inolvidable porrazo.
Vivos, vagos, gente que nada tenía que hacer, les habían atado los cordones, y los pobres atletas ciegos quedaron desparramados en el suelo. El bochorno, llegó para quedarse.

Extracto de la Novela "Carhué" por Leandro Vesco

EL DESCUBRIMIENTO DE LA FUENTE DE SODA




El teniente coronel Nicolás Levalle llegó a nuestra región después de ganar una batalla que muchos califican como la más cruenta entre una tropa argentina y otra indígena, la que fue librada el 6 de marzo de 1876 en las proximidades de las Salinas Grandes contra la indiada bravía que pugnaba por quedarse en estas tierras. La División Sud había salido de Blanca Grande hacía unss semanas y en el camino tuvieron que soportar infinidad de padecimientos y furtivos encuentros con los indios quienes le seguían la huella de cerca, robándole en una ocasión los alimentos y parte de las municiones. La situación no era del todo afortunada para los hombres de Levalle, pero este militar que había nacido en Italia allá por el 40 y que había estado en los duelos más encarnizados de la historia patría no se dejó amedrentrar y dio el ejemplo yendo siempre a la vanguardia preparado para pasar a degüello en cualquier momento. Levalle era la avanzada de nuestro ejército y de su suerte dependía gran parte del futuro de la nación que aún estaba en cotidiana lucha por sostener su frontera, aun estaban frescas en su carne las heridas de la batalla de Lomas Valentinas y en la del Sauce donde su vida corrió por vez primera real peligro. Su misión ahora era acorralar al hijo del gran Calfucurá y obligarlo para siempre a retirarse, y si tenía suerte, matarlo para que el problema se terminara de una buena vez. Allí estaban entonces, muertos de hambre, de sed y medio atontados por la inmensidad de la pampa, escribiendo un capitulo nuevo en la historia argentina. Corría el año 1876 y Levalle había sido protagonista de más de una docena de guerras en las que siempre se destacó por su valentía…
El encuentro se sucedió bajo un sol sofocante con la blancura de las Salinas como fondo. Hubo que lamentar muchos muertos. 400 indios nada más quedaron tendidos alcanzados por el sable nacional, y de nuestro lado, fueron varias las víctimas que terminaron sus vidas cuando la boleadora justificó su origen. Namuncurá sufrió en carne propia la fuerza del batallón de Levalle debiendo replegarse antes de que su vida corriera peligro. Recordó lo que su padre le había dicho, que no debía entregar Carhué y reconociendo que podía probar suerte una vez reorganizado, se fue más allá de las Salinas a sus tolderías con un puñado de sobrevivientes. Levalle tenía por costumbre perseguir al enemigo hasta destruirlo, pero esta vez, la situación era diferente. Lo que había venido a hacer, lo había hecho. Había llegado más allá de Carhué y ahora podía entregar a la nación todas esas leguas. Las órdenes de Alsina eran muy claras, debía encontrarse con el coronel Salvador Maldonado en el arroyo Pigüé. Pero cuando vio a sus hombres se dio cuenta que estaban al limite de sus fuerzas. Era prioritario conseguir alimentos y agua.
Habian hecho prisionero a un indio que más tarde sería cacique, Tripailao, fue él quien le dijo al coronel Levalle que cerca de Carhué había un lago con aguas milagrosas que los antiguos consideraban sagrado. Pero no podemos afirmar a ciencia cierta si realmente esto sucedió de verdad, lo que si es historia es que Levalle siente que la herida recibida tres años atrás en la batalla de Don Gonzalo se hacía sentir, flaqueandole las fuerzas. Carhué sonaba como el paraíso al que debían llegar, pero aún había que llegar a Carhué…
No había carne ni agua llegando a extremos inhumanos, la tropa debió asar unos perros cimarrones que merodeaban la triste caravana. Mientras tanto Levalle sacando fuerzas de donde no tenía, siguió dando el ejemplo, aunque algunos notaron su palidez en el rostro, era un hombre acostumbrado a las largas travesías y no iba a caer fácilmente. Ya había dejado atrás la guerra de la triple alianza, los combates en Paraná, el Diamante, la Paz en Entre Ríos bajo un calor insoportable, atrás había quedado también cuando tuvo el mando del Ejército del Oeste con el fin de sofocar a los rebeldes en Mercedes, Chivilcoy. Tantas, eran tantas las guerras es las que había participado, sus hombres lo veían y solamente seguían en pie porque nunca se permitía dar una señal de debilidad. Pero aquella travesía tras la caída del malón de Namuncurá lo dejó exhausto. Sabía, y esto era lo peor, sabía que por las venas de ese viejo zorro corría la sangre de la piedra azul, de Callfucurá, y tarde o temprano se verían las caras nuevamente. Pero el cansancio que sentía era nuevo, y no sólo él, la tropa tenía la sombra de la desgracia que sobrevolaba sus cabezas, sabía que un hombre mal alimentado no sólo era débil, sino desconfiado. Pasaron la noche dentro de las Salinas, y cuando amaneció, nada había cambiado, aunque Levalle no pudo levantarse y Udaondo se vio en la obligación de trasladarlo en la unica carreta que tenían. Aquel escenario era nuevo para los soldados y casi inaguantable para Levalle que siempre fue un hombre que se conoció por huir del reposo.
Cada tanto llamaba a su sargento y le pedía informes de la situación en la que se encontraba el batallón, y cada hora le pedía que fuera él mismo a echar un vistazo para ver si no había en las inmediaciones algún indio bombero. Levalle era conocido por no delegar jamás el mando y él debía o no aprobar hasta el modo de hablar de sus subordinados. Era muy observador, y sabía mucho y no tenía miedo, combinación que lo hacía un ser humano importante, y a pesar de su estatura mediana baja, enorme. Era tan grande su personalidad que generaba entre los suyos una sensación de imprescindibilidad cercana al ridículo, haciéndole sentir a la gente que no se podía hacer nada sin su autorización u opinión, o más lejos aún sin su presencia. López Lecubé cuenta una anécdota que pinta de cuerpo entero esta situación, el historiador nos dice que los soldados en época de calor, no cortaban las sandías sin antes mostrársela a Levalle, quien con su cuchillo les indicaba dónde hacer el corte calador; también es cierto que cuando los indios se acercaban hasta que él no lanzaba el primer grito, los demás no sabían siquiera como empuñar el pedazo de madera que tenían por rifle. Hombre completo en definitiva y criollo de pocas pulgas y principalmente, enemigo de los mañeros, y de los indisciplinados. En lo bajo se reconocía que era difícil saber qué era más jodido, o vivir en la pampa o estar bajo las ordenes de Levalle. Pero a la rudeza la equilibraba con una lealtad inmensa hacia sus soldados, su perro, y a la soda.
Podía sufrir cualquier privación pero la soda tenía que tenerla aunque tuviera que mandar a todo el batallón varias leguas para conseguir alguna garrafa del gaseoso liquido. Podía beberla a todo momento y en cualquier cantidad, pero cuando sabía que no tenía mucho, sólo le hacía falta tomarse una tacita a la hora de su siesta y acto seguido, eructar mirando el horizonte, esta ceremonia la hizo en todos los lugares en los que estuvo. Su conducta y su moral, se fortalecían tomando soda y a partir de allí caían luego a toda su humanidad, es decir, en un mundo en donde conseguir una garrafa de soda era muy difícil, y más en la indómita pampa, Nicolás Levalle sabía que eso era lo que necesitaba su alma para seguir cuidando su otro gran amor, la patria.
En aquellos días en que pretendemos insertarlo en nuestra historia, Levalle venía de mandar el 5to batallón que intervino en la sofocación del intento revolucionario del 74, organizando las tropas en Chivilcoy y Mercedes, mandando el llamado Ejército del Oeste que actuó en la batalla final en Junin, fue tan sobresaliente su actuación que ahí nomás sobre el campo de batalla fue ascendido a Coronel y nombrado Jefe de la frontera Sud con asiento en Blanca Grande. Con estos laureles la patria lo había necesitado nuevamente y acá estaba, victorioso pero medio muerto.
Según los archivos del ejército, mientras cruzaban las Salinas Grandes el tiempo les jugó una mala pasada, los agarró un chubasco infernal acompañado luego por un temporal de viento pampero helado; el batallón, en el medio del salitral, tuvo que taparse con lo que llevaban puestos y aguantar juntos el aguacero. Al amanecer, la lluvia había parado pero no así el frío, el frío que quema y llega hasta lo profundo del hueso, la sal pegada en la piel hacía insoportable la sed. Con las primeras luces violáceas del alba, todos miraron al jefe, pero no vieron lo que estaban acostumbrados a ver, es decir, en vez del hombre inmenso, vieron aparecer a un tipo flacucho y despeinado que decía zonceras, y muy a su pesar, tuvo que reconocer que sentía escalofríos y, aunque le costaba, tenía que lanzar débiles sollozos. El espectáculo no podía ser peor. Udaondo, su sargento fiel, lo ayudó a levantarse pero volvió a caer en el catre que habian puesto en la carreta y como pudo ordenó seguir viaje, al terminar de balbucear algunas palabras, le dió una orden:
-Necesito soda, urgente.
Pero Udaondo se quedó parado y mudo y sin saber cómo decirlo, lo encaró a su superior. Cómo decirle que hacía días que no había más soda, ni agua ni siquiera un pedazo de pan podrido. Cómo decirle lo que él ya sabía y que ahora por efecto de esta enfermdad que para muchos fue gualicho no recordaba. La noticia lo enfureció, y lo dijo para que todos los oyeran aunque su voz sonó tan débil.
-Hubiera preferido morir que quedarme sin soda. Marchemos igual, y guay el que chiste por el hambre. –al terminar de decir aquello, volvió a caer en un sueño molesto y la tropa siguió viaje por ese país blanco, sin ningún árbol a la vista, la monotonia de esta pampa de sal los volvía locos. Fue así que anduvieron por esa llanura salada y resbaladiza, y cuando por fin la superaron se encontraron en otra pampa, pero de pasto. Infinita. No sabían muy bien la posición y Levalle decía incongruencias así que Udaondo, confundido, ordenó seguir más o menos por donde a él le parecía que había venido. Levalle seguía pidendo soda, era lo único que hacía. El indio que habían agarrado prisionero le comunicó que él sabía el lugar donde se encontraba ese lago milagroso. Pero no era confiable su invitación, podría tratarse de una emboscada, y así como estaban no podrían defenderse, aunque algo en ese indio le llamó la atención, algo le hacía creer que no le estaba mintiendo. Mandó a llamar a Udaondo y le dijo por dónde tomarían para llegar cuanto antes a ese lago para sofocar la penosa situación en la que estaban. A las pocas leguas vieron el primer boulevard de eucaliptos, y hacía allí se dirigieron, haciéndole caso al indio Tripailao. Los soldados estaban nerviosos, y los pocos que tenían algunas balas, se ubicaron en sus puestos. Pasaban las horas y el lago no se veía, y Levalle dentro de esa carreta se volvía más vulnerable a ese patatus que lo volvía tan débil, lo único que repetía era: “Soda… soda...soda” Udaondo a medida que se acercaba el mediodía presentió algo, y el Coronel, tan mal como estaba, tenía los altos valores de la patria enquistados en su corazón y no iba a permitir que cayera ni un solo soldado más. Lo llamó a su sargento y le dijo que iban a continuar esa marcha pero que podria tratarse de una emboscada, y sino, cuanto menos, algunos indios podrían estar vagando por la zona. Era necesario mandar una avanzada y detenerse ellos hasta tanto no llegaran estos soldados con un reporte. Udaondo eligió a cuatro de los soldados que mejor aspecto tenían y les dijo que se fueran para ver qué pasaba más allá de aquellos árboles. A las cuatro horas volvieron, pero sólo dos. Y las noticias que traían eran buenas, a pesar de las bajas.
-El agua no es agua normal mi coronel… No pude hacer que vuelvan, se quedaron flotando, es cosa de no creer…
Levalle los oyó como si hablaran con eco. La fiebre le ardía la cabeza y a pesar de que oyó lo que suponía era algo ridículo, supo que la fiebre lo llevaba a la locura. Cerró los ojos y se cayó. No pudo controlar más esa horrible amenaza que nubló su alma ya cansada de estar en permanente campaña. Udaondo tomó el mando hasta que su superior despertara y siguió viaje hasta ese lugar maravilloso del que hablaba el soldado.
Levalle volvió a despertarse echado bajo un inmenso eucalipto alto como una montaña. Era un día soleado. La tropa estaba alrededor de él mirándolo, atentamente y algunos sonriendo. El sargento Udaondo, le preguntó si estaba bien, y le contestó que tenía mucha sed, que no aguantaba más la sed.
-Eso quería oír mi general. Necesitamos su opinión sobre un tema que es muy importante.
Levalle lo miró con extrañeza, había visto muchas veces dudar a Udaondo, pero jamás con esa picardía en la mirada. Algo estaba fuera de su control y eso lo enfureció. Se levantó y estaba a punto de sacar su rebenque cuando el sargento le trajo una taza. Era necesario un azote, pero antes tomaría algo. La tropa estaba muy relajada y él no sabía qué era lo que estaba pasando. ¿Dónde estaba el coronel Salvador Maldonado… porqué no estaban en la orilla del arroyo Pigüé como había ordenado Alsina?
-Conseguimos soda. Tome.
La noticia lo enfureció aún más. Cómo era que habían conseguido soda sin su autorización. Miró alrededor y toda la tropa lo miraba con esa misma duda, algo vaga y secreta, como si todos supieran algo que él desconocía. Agarró la taza y miró al fondo de la misma. Había soda, un poco sucia, pero soda burbujeante, y a su parecer, por demás burbujeante. Hacía meses que no veía tantas burbujas y tan bien compuestas. Esta soda era fresca, no había dudas. Bebió. Tragó. Udaondo lo miró. Levalle sintió que le volvía el alma al cuerpo, pidió más y le dieron, volvió a pedir, y nuevamente le llenaron la taza.
-¿Y, mi general, es rica?
Nicolas Levalle masticó otro sorbo de soda y lo eructó y miró el horizonte. Fue un eructo limpio, sano, purgatorio. No necesitó más tiempo para reconocer que era la soda más rica que había probado desde su infancia.
-Qué si es rica… es muy buena… dígamelo ya, ¿dónde consiguieron esta soda?
-De acá cerca.
-No ande con vueltas sargento sino quiere que lo cague a garrotazos.
Udaondo sintió la amenaza.
-Yo no sé si se acuerda de esa laguna que la patrulla divisó. –Levalle afirmó aunque no recordando nada.- Bueno, mi coronel, esta soda es de ahí.
-Explíquese mejor. ¿Cómo que es de ahí?
-Esa laguna no tiene agua mi coronel. Es una laguna de soda. De esa soda que tomó.
Nicolas Levalle se tapó la cara con la mano derecha, con la izquierda se apoyó en el tronco del eucalipto. Sintió que el sol se le venía encima. Las rodillas se le doblaron pero aguantó el vendaval. La felicidad le abrió la boca y le curvó los labios. Lanzó una carcajada ronca y al siguiente instante le habló al oído a Udaondo.
-Me cago sargento.

Extracto de la Novela "Carhué" por Leandro Vesco

EL ERUCTO FLOTANTE




Gastón Partarrieu es un gauchazo, una excelente persona y es la memoria de Carhué. Con él el paso del tiempo se asegura que la historia tiene un aliado. Es el director del Museo y además, hijo de don Partarrieu, dueño y panadero legendario de la Francesa, la panadería más importante en Carhué, y esto no es poca cosa. Desde 1884 está en San Martín al 1000 entyre R. Sáenz Peña y Pellegrini. Gastón trabaja allí y en el Museo y sus días son los de un ejecutivo de alguna ciudad capital. Anda de acá para allá, y todo el tiempo está haciendo algo por su Museo y por Carhué, nadie sabe más ni tiene mejor memoria que él, y para hacer un cuadro completo de este hombre con todas las letras, es un gran amigo y le gusta el buen vino.
Gastón escribe en Nueva Era, presenta libros, habla con los turistas en el Museo, conoce como nadie los secretos de la Villa Epecuén y de ese lago que domina la vida de la zona, y reparte el pan de la panadería familiar. Si uno le pregunta dónde estaba el fuerte General Belgrano, él no sólo te lleva al lugar, sino que te hace un recorrido histórico hasta quedar completamente saciada tu duda, si necesitas saber qué marca de vino se tomaba en 1911, es capaz de buscarte una botella de ese vino para que la veas y la sientas. Tiene sabiduría y un enorme conocimiento de la historia carhuense. Ese es su don, la memoria y la capacidad de leer y recordar todo, demás está decir que sobresale en una sociedad que no puede hacer más verlo y saludarlo y desearle buen día, ya que Gastón está siempre metido en algún proyect y siempre, sin tiempo. Aunque, como los hombres talentosos, se hace tiempo para todo, y disfriuta de los asados con amigos. En el Museo tiene que soportar la presión del Dr. Alfredo López Lecubé, pero tiene libertad y es un gran empleado que sabe muy bien hasta qué punto tirar la cuerda, en definitiva, es un personaje de Carhué que en algún momento tendrá su merecido monumento. Carhué no sería igual sin él, la ciudad le debe mucho.
Nadie más sabe sobre el mal de soda y las consecuencias que ha tenido en la historia. El mal de la soda es probablemente uno de los misterios más grande de Carhué. Los primeros habitantes que caminaron la zona de Mesallé, tuvieron las primeras experiencias de este extraño fenómenos que nadie ha sabido explicar y que en aquel entonces, era de esperar, se adjudicaba a una mancia natural. Los pampas de Mesallé venían regularmente al Epecuén para flotar en sus aguas. Gastón Partarriue ha sido el primero en investigar estos hechos que han quedo registrados en algunos diarios de viajeros de la época y en las actas de juzgados de paz de a región, así, aparece el primer suceso referido al mal de la soda que a su vez nos hace pensar que existía con anterioridad. En 1886 se denuncia que un grupo de indios, quizas los últimos sobrevivientes de esta región y unos cinco gauchos luego de permanecer por varias horas en el lago salen con síntomas extraños como cambios de voz, tembloñres y “alunados van por todo el pueblo haciendo estragos” en el mismo hecho se refiere que entre los indios no era nada anormal porque en la antiguead “los padres de sus padres entraban en trance con el agua del lago” Dos años más tarde se repite el mismo hecho pero al parecer con mayor peligrosidad porque consta en el juzgado de paz que los vecinos de Carhué se unieron y patrullaron el rancherío armados para protegerse de un curandero que andaba con un grupo de gente, luego de zambullirse al lago, salían del agua “transformados” Este grupo de personas respondían a una persona que se hacía llamar “el médico del agua fría” y su método consistían en hudir al enfermo en una bañadera con soda del lago fría, al parecer luego de esta zambullida el convaleciente sufría un trance y la enfermdad se iba. Pero hay varios enfermos que no resistieron esta inmersión y murieron, por eso este sujeto tenía pedido de arrestro por ejercer en forma ilegal la medicina, y así, a lo largo de la historia se puede ver de forma directa los efectos del mal de la soda. En los últimos años, y gracias al empeño de Gastón Partarrieu se hizo un relevamiento a todos los bañistas del lago y turistas que llegaron en las última temporada para ver las experiencias de cada uno, pero mucho mejor para recabar datos sobre hechos relacinados al mal de la soda que hallan pasado en la antigüedad, bajo formas de anécdotas familiares o de relaciones de amistad. Este extenso trabajo, producto de más de 1000 entrevistas, se presentó en el Museo y fue el propio director quien expuso los resultados. El trabajo, que se puede conseguir en el Museo, se llamó “El Mal de la Soda, el caso del Palacio Gallo, sus repercusiones en Carhué” donde Gastón relata lo sucedido en el histórico palacio Gallo, y en donde se sucedieron una serie e desafortunados hechos relacionados con el mal de la soda que terminaron con la demolición del palacio. Fue la residencia de Levalle cuando en 1882 aún permanecía en la ciudad para ver de cerca la construcción de Carhué, pero tambien para darse los baños en una pequeña pileta que se hizo hacer dentro de la residencia, allí bebía de esa soda a la vez que la usaba para renovar las energias, según cuentan que su hija en el lecho de muerte, cuando Levalle estaba en Buenos Aires, le pidió que le trajera soda del lago para hundirse y morir bajo los efectos del mal de la soda. Aurelia Levalle, no accede a los pedidos de su padre y en 1902 muere. Al parecer, muy apenada por esto, Aurelia junto a Pedro Gallo, regresan a Carhué y comienzan una serie de reformas al caserón, principalmente, hacen una habitación con una pileta techada en donde ponen soda del lago para realizar allí baños, quizás Aurelia intentó de esta forma homenajear a su padre, pero no fueron felices los años alli de la familia porque se rumorea en las calles de aquella Carhué que era más que unas pocas cuadras de casas precarias que el matrimonio regularmente tiene peleas y se oyen toda clase de gritos a toda hora, según se puede saber, los gritos eran de Aurelia Levalle y provenían de la pieza en donde tenían la pileta con soda del lago. Fuentes de la familia Gallo aseguran que había días que se quedaba horas enteras bajo la soda epecuense y entraba en ataques de llanto y desesperación. Alrededor de 1895, con Levalle vivo pero en Buenos Aires en el palacio sucedió un episodio misterioso, Aurelia se quedó accidentalmente por más tiempo en la tinaja de su padre con soda, y entró en crisis, al parecer bajo los efectos del mal de la soda, queriendo matar a su sirvienta. La joven, descendiente de indios ranqueles, se fue corriendo y el hecho tomó estado público cuando los vecinos se enteraron y marcharon armados a la residencia donde, según algunos, se oyen disparos. Pedro Gallo tuvo que salir a explicar y al parecer logró el objetivo de frenar la escalada de violencia. Años más tarde, la situación lejos de mejorar, empeora con la muerte del Levalle, Aurelia no enecuentra consuelo y en 1908 la familia Gallo Levalle abandona el palacio y Carhué. Cuenta Partarrieu que desde ese año hasta 1924 no hay registros de alguna actividad en el palacio, al parecer, y a juzgar por ese vacío, podremos decir que permaneció cerrado. Demasiadas cosas habían pasado bajo esas paredes de casi un metro de espesor. Hay que esperar a 1924 para volver a saber del palacio, en ese año fue comprado por una sociedad que lo usó como hotel, realizandole muchas mejores y dejandolo como un verdadero palacio. El hotel, por razones obvias se llamó “El palacio” y fue el primero en Carhué que ofrecía una pileta con soda del lago, pero el emprendimiento no funcionó, sabemos que los problemas con el mal de la soda fueron las razones por la que en 1929, el hotel cerrara y a juzgar por un aviso aparecido en el diario El Pueblo, se ofrecía en alquiler. Al año siguiente se produce el remate judicial y el palacio pasó a manos de Blythe Simpson y durante quince años queda totalmente cerrado al público y en estado de abandono. La fama del palacio Gallo no era muy buena y muchos aún pueden recordar las anécdotas que se contaban en Carhué, la más conocida relataba la presencia de una dama que se paseaba por las ventanas llorando, siguiendo con la versión popular, se trataba del espíritu de Aurelia Levalle. Lo cierto es que, fantasmas o no, nadie quiso habitar el palacio y en 1946, con la explosión del turismo en la Villa, y debido a su excelente ubicación, cercana a la estación de ferrocarril (el palacio se hallaba ubicado en el predio de cuatro manzanas que iban desde el boulevard Alsina a Roque Saénz Peña hasta Laprida a Ramón Razquin, teniendo su por Pelegrini) el lugar está en la mira de muchos para realizar una demolición con el fin de lotear terrenos para la construcción de casas. Pero el comisionado local Eliseo Rettori interviene y manda al ejecutivo provincial el proyecto para que se lo declare patrimonio histórico, tramite que no fue aceptado. Es de suponer que algo sucedía con el palacio porque su suerte estaba echada. Cansado de no poder usarlo ni venderlo, su propietario, Blythe Simpson lo vende a una compañía de demolición de Buenos Aires quienes en 1950 proceden a la demolición total el palacio, según cuentan, fue arduo el trabajo porque las paredes no podían destruirse por la picota. Parecía que el palacio se defendía de la acción porque resultaron heridos muchos obreros y surgieron un sin fin de inconvenientes, enfermedades, accidentes y toda clase de hechos muy difíciles de explicar con la lupa de la razón. La compañía, ante estos sucesos decide dejar la demolicón al ras de sueolo porque la base del palacio era irrompible. Así fue que en 1953 se talan sus jardines y se produce la venta de 128 lotes en lo que fueran las cuatro manzanas del predio.
El mal de la soda ha acompañado a Carhué y a la ahora inundada Villa Epecuén desde el inicio de su historia, aunque desde la tragedia de 1985 la composición del agua del lago tuvo un ligero cambio con la legada en masa de tanta agua dulce, por lo que el efecto se fue atenuendo y en nuestros días es menor. Pero qué es el mal de la soda:
Es común aquí que todos los hoteles tengan una pileta con soda del lago. Allí los turistas se dan su chapuzón, experimentan la flotación y se les enseña a hacer la terapia del eructo flotante, pero no en todos los hoteles la soda está a la temperatura justa ni tampoco en todos la terapia es hecha como se debe hacer, con cuidado y en el momento justo porque puede causar alguna la indeseada consecuencia del mal de la soda, perjudicial al organismo. La soda de Carhué es curativa y de eso nadie puede dudar, pero todo lo que hace bien hace mal si uno se excede, por eso no se recomienda una inmersión no mayor a treinta minutos, debiendose realizar el eructo flotante en la última etapa de la misma, y no más de una vez porque la concentración de sal y de gas carbónico del agua es tal que produce el efecto conocido como mal de la soda, y tan frecuente entre los turistas que visitan por primera vez nuestra ciudad: la perdida temporal de memoria.
Hay hoteles en donde la soda presenta mayor concentración de gas y fundamentalmente está artificialmente calefaccionada, el efecto que nosotros hemos dado en llamar “mal de soda” se presenta con más contundencia, es decir, que una vez bajo esta secuela la duración en el tiempo es más larga, por eso hay que ir a hoteles en donde exista la seguridad de la presencia de algún clase de atención médica y terapéutica idónea, y en donde la soda no se halla a elevada temperatura, y sólo cuando se está seguro de poder dominar el eructo flotante hay que realizar esta saludable terapia que garantiza no sólo un relajamiento de los músculos sino hasta milagrosas curaciones de una ampia gama de enfermedades.
¿Cómo se debe hacer el eructo flotante?
La inmersión debe hacerse gradualmente, los hombres en shorts y las mujeres en mallas enterizas, una vez que se tiene todo el cuerpo en la pileta, hay que buscar la flotación, y por lo menos quedarse en ese estado por veinte minutos sin beber ni un sorbo de soda, hay que flexionar y extender el cuerpo, abriendo las extremidades como buscando la unión entre los brazos y los piernas, haciendo un imaginario y lento, pausado círculo. Se sentirá una leve y clara sensación de levedad, como si el cuerpo no pesara nada, cuando se siente esa laxitud entonces hay que mover muy despacio la cabeza hasta buscar la soda, beber un trago de soda, volver a rotar la cabeza a su posición original, es decir de cara al cielo, hacer un buche, tragar la soda y eructar con la menor timidez posible, abriendo bien la boca pero también dejando atrás los prejuicios, estamos hablando de una terapia y no juzgando una conducta, dejar entonces que el eructo salga con la mayor libertad posible, para que de esta manera el aire que expulsa el cuerpo contenga la mayor cantidad de gérmenes. Cuanto mayor y màs real es la libertad con la que se produce el eructo más grande es la purificación conseguida por medio de la soda del lago Epecuén.
Pero si se hacen dos eructos con un tiempo corto de ejecución entre ambos, es probable que se produzca el mal de la soda, o por ejemplo si uno trata de meter la cabeza bajo el agua, o si se nada tambien debajo del manto de liduido por espacio de más de media hora, allí es cuando se produce el mal, y una vez fuera de la pileta, se tenga el indeseable defecto de la perdida temporal de la memoria, si se respetan estas normas, la mágica soda del lago no tiene ningún efecto adverso, todo lo contrario, es milagrosa y purificante, dadora de vida y custodia de la salud humana, pudiendo el visitante realizar la cantidad de eructos que su cuerpo pueda sostener, de ahí que la purificación ideal es la inmersión en el lago. La soda necesita del cielo abierto para completar su círculo virtuoso saludable.

Extracto de la Novela "Carhué" por Leandro Vesco

¿PODRÍA UNA PIEDRA DE OTRO PLANETA HABER CAUSADO LA SODA DEL EPECUÉN? EL MISTERIO DE LA ARTEMIA SALINA Y DE LA SODA DORADA.




Con este sugestivo y altisonante titulo se abrió en las instalaciones de la Casa de la Cultura una serie de charlas organizadas por la Fundación de la Soda con el fin de mostrar todas las teorías poco difundidas sobre el lago Epecuén y la soda. Durante cuatro días se juntaron los investigadores de la zona que defendían una forma diferente de ver la realidad y el pasado de la región, siempre desde el punto de vista paranormal. De Macachín, La Pampa, vino Fabían Romano, quien no hacía mucho había sacado una fotografía inquietante de un ser que al parecer no era de este mundo. También estuvieron presentes el astrólogo Rodolfo Valentino, autor del libro “Lago Epecuén-Carhué-OVNIS”, investigadores de toda la región, y como invitado especial, el director del Museo, Gastón Partarrieu, quien había recibidido una advertencia del Dr. Alfredo López Lecube:
-Vas a rifar todo tu prestigio si te juntas con estos transnochados. Para alguien como vos y dentro de uun pueblo chico como Carhué, si te metes con el tema ovni, sonaste. De ahí ya no se vuelve y van a tratarte como loco. Te advierto Gastón, el Consejo no comulga con esta clase de ideas, pero vos hacé lo que te parezca mejor, yo sé que vos sos un hombre que no cree en estas fantochadas.
Lorenzo Schweppo era como una especie de moderador, y a él le tocó abrir la charla, fue él quien intentó resumir todo lo que allí se podría oir en estos tres días de disertaciones. En un primer lugar, habló de la experiencia de Rodolfo Valentino, este polémico investigador que había aceptado el reto –el durísimo reto- de ser astrólogo en Carhué y que defendía algunas ideas impresionantes que había volcado en su libro, en él aseguraba varias cosas impactantes, en una de sus tantas vigilias nocturnas por la Villa le había llamado la atención una piedra que brillaba en la zona donde había estado el Plage Hotel, asombrado por aquella visión, se acercó hasta el lugar y comprobó que se trataba, en efecto, de una piedra. Pero no una piedra normal, su olfato le decía algo más, y así fue que, tras analizarla llegó a la conclusión de que no era una piedra de este mundo, concretamente, se trataba de una evidencia de que en la antigüedad al lago Epecuén lo habían visitado seres extraterrestres. Valentino defendía la teoría de que todas las virtudes del lago Epecuén habían sido puestas allí por seres de otro planeta, en la antigüedad los tehuelches que habitaron estas costas habían tenido contacto con estos seres y habrían venerado al lago por sobre todas las cosas. La presencia extraterrestre en el lago era evidente incluso hoy día. Los flamencos rosados, la riqueza salina, la fuerza geométrica bajo las capas del lago, las nubes que lo sobrevuelan, los fenómenos meteorológicos y hasta gran parte de las frustraciones carhuenses tenían su causa en la presencia marciana, pero quizás la evidencia de que visitantes de otros mundos crearon el lago resultaba de la enigmática aparición en décadas pasadas de la artemia salina, que es un pequeño molusco que sólo crece en condiciones muy especiales. Para el astrólogo esta criatura casi invisible no es un ser terrestre, y en todos los lugares del mundo en donde se halla siempre hay antecedentes de avistamientos. Para el caso de Carhué contaba con la prueba que habia obtenido entrevistando a Julio Alberto Fernandez Badié, quien aseguraba, había conocido a un alemán que había “pescado” durante años la artemia salina en la costa noroeste del lago. Este aleman habría obtenido esta información porque un humanoide que habría salido del Epecuén se lo comunicó cuando caminaba por la zona donde en aquellos años estaba la Epecuen Ville, cerca del hotel Villa Gorostegui. Rodolfo Valentino asegura que –todo según Badié- el aleman estuvo varios años recolectando la artemia salina. Sea por la causa que sea, luego se fue y nunca más se lo volvió a ver en la costa epecuense, esta desaparición fue simultánea a la de la artemia salina, nadie pudo volver a hallar un solo ejemplar. Estos episodios no pasaron por alto para Valentino y asegura que el mismo humanoide que le comunicó sobre aquellos seres marinos, lo abdujo y lo llevó. El lago Epecuén sería, según el mismo autor, una puerta hacia la cuarta dimensión, y la comprobación estaría dada en la existencia de un aurea mineralizada que tendría el lago, sobre esto, también hace hincapié en que este fenómeno sería incluso aumentado por un campo magnético que actuaría como protector del lago y de su zona de influencia. Por este motivo Carhué hasta el día de hoy está aislada y en el lago en la antigüedad y más aún en nuestro pasado cercano, se habría protegido de “influencias malas”, para Valentino la inundación del 85 fue una “desición” que tomó el lago para dar por terminada su explotación turística, ya que los seres que lo hicieron jamás tuvieron entre sus objetivos que este lugar se diera a conocer, todo lo contrario, Epecuén y la zona siempre estuvieron protegidos por este manto de agua milagrosa, este recinto único en el mundo se creó como entrada a otro mundo y como una muestra de la naturaleza bondadosa de estos extraterrestres.
La explotación turistica del lago jamás fue bien vista por los creadores del lago y así lo puede atestiguar un hotelero que horas antes de que el mar salado sobrepasara el terraplén, en sueños tuvo la visita de un extraño hombre que le decía que el lago ya estaba enojado, y que se despertaría, este despertar del “espíritu” del lago fue el que ocasionó la catastrofe que todos conocemos y lamentamos hasta el día de hoy. Para los creadores del Epecuén, la industria que se había formado alrededor de “su” lago iba en contra con la misión por la que se había puesto este espejo de agua milagroso en la tierra, que era la de beneficiar a unos pocos, aquellos que se conectaran con la escencia del lago. Los indios tuvieron una relación muy estrecha y entendieron esto, pero la llegada del hombre blanco significó un cambio muy grande. Desde que el piloto de la Real Marina, Pablo Zizur en 1770 viera por primera vez el lago, en su diario deja entrever que los tehuelches que moraban la zona no abandonban nunca el lago San Lucas como lo llamó, las inmersiones era casi permanentes y para Valentino, aquellos antiguos habitantes de nuestra zona pasaban casi todo el dia flotando en la superficie del lago, saliendo luego blancos de sal. Aquella visión asombró a Zizur quien además habría visto algo mucho más misterioso que esto, habría visto la presencia de los extraterrestres, para el astrólogo los seres de otro mundo habrían tenido aquí una colonia en esos años, por eso la situación de Carhué fue tan importane para los vorogas y cuando Calfucurá llegó a estas tierras no fue a Mesallé porque allí estaban los caciques sino porque había un rumor que en Mesallé se escondían los creadores del lago, para Valentino el hecho de que nadie quedara vivo en la matanza de Mesallé respondió a una sola idea: asesinar a los enemigos, a la sazón un obstáculo para los planes de Calfucurá, pero tambien, terminar con los seres que salian del lago y que habían vuelto invencibles a los vorogas. Por eso Mersallé es un lugar que aún hoy esconde misterios y en sus médanos podrían estar los restos de los unicos seres extraterrestres que han pisado y vivido en nuestro planeta. Calfucurá era además un brujo y tenía poderes paranormales y habría conocido los secretos de estos seres mágicos del Epecuén y no sólo esto, habría utilizado este conocimiento para sus planes. No se puede explicar sino de esta forma cómo este cacique asoló durante cuarenta años las pampas argentinas. Su poder invencible –y el terror que le tenían sus propios hermanos de sangre- se fundamentaba en el manejo de estas mancias de otros mundos y hasta es probable que conociera la guarida subterránea de aquellos que eligieron esta región para establecer una puerta hacia dimensiones desconocidas, el mismo Valentino asegura que en alguna parte del partido de Adolfo Alsina, con más seguridad cerca del Lago Epecuén y en la zona de Carhué para más precisiones, exista una ciudad subterránea, una fuente de energía y un santuario en donde se hallaría la famosa Veta Madre, que sería ni más ni menos que una piedra similar a la que halló por la zona del Plage Hotel, y que daría origen a la soda del lago y a todos sus maravillosas virtudes, en la zona también existen una serie de entradas secretas a este templo, para el astrólogo, en la Villa Epecuén se hallaba una de estas puertas en la zona de Radium Ville, otra en la de Epecuen Ville, y una tercera en uno panteón del cementerio que está bajo las aguas, posiblemente Nicolas Bifano halla conocido una de estas entradas y sea esta la causa del por qué tuvo tanta calidad su soda. Carhué misma estaría asentada sobre una seria de tuneles y cámaras secretas. Esto se explicaría en la caída de la napa freática en el año 1986, por la inundación del Epecuén, y porque el lago tendría una gran extensión subterránea, estos escenarios secretos, habrían causado el “derrumbre” de Carhué, al ser consultado por este mismo estudioso, el Sr. Esteban Fasolo de Fasolo Hnos, la firma que en aquel año hizo las obras para paliar esta trágica situación aseguró que en algunas calles se toparon con sótanos que no estaban declarados y que serían las avenidas subterráneas que quedaron bajo las aguas.
Tambien en la mesa estaba sentado Fabían Romano representando al Ceufo, el Centro de Estudios UFO, quien es el autor de una fotografía que ha dado la vuelta al mundo. La fotografía, de la que nos hemos referido en otra ocasión en este libro muestra a un extraño ser alzando vuelo junto a un avión en el aeródromo, esta imagen documenta lo que muchos chacareros y peones de estancia han estado observando, este animal, tendría su morada en nuestra zona y los mapuches ya habrían tenido conocimiento de él. Distintas tradiciones que han llegado a nuestros días bajo la forma de mitología o leyendas darían comprobación de la existencia continua en la historia de la zona de estos seres. Para el estudioso de Macachín es innegable que en toda la región la actividad extraterrestre es importante, y lo ha sido aún más desde 1985. En el año de las inundaciones, se intensificaron los avistamientos. Concuerdan con Valentino en que la causa de la inundación del Epecuén se debió a una razón que escapa a la explicación de la suba del nivel en la cuenca de las Encadenadas. Lo que aquí hubo fue un factor que no se puede hallar en este mundo. La zona entera entra en actividad en ese año.
Para hallar un poco de equilibro, el Lic. Gastón Partarrieu estableció una serie de hechos históricos carhuenses que dieron fundamento a su teoría, que no acepta actores fueras de este mundo, sobre las constantes tragedias de Carhué y su zona. Fue dando ejemplos de las cosas que comenzaron siendo hechos importantes y por incendios, desidia de los hombres, malas decisiones, o causas que él llama “del destino” terminaron por sellar su suerte. Pueblos abandonados antes de existir, caminos, parajes, fábricas, y un sin fin de ideas que han tenida la misma desgraciada suerte, “pareciera que la zona está destinada a la tragedia, que una sombra de mala suerte acompaña a lo que se intenta hacer, pero esto no quiere decir que halla una maldición, todo lo contrario, pero si, y a juzgar por los antecedentes históricos, podemos decir que Carhué y su zona han tenido una notable tendencia a caer en un proceso de fracaso” Gastón, que atrajo la atención de gran parte de la concurrencia, se limitó a fijar los puntos más salientes de su teoría, y trató siempre de despegarse de los demás panelistas. Lo que él estaba explicando no argumentaba la existencia de seres de otras galaxias, sencillamente las tragedias sucesivas habían ocurrido y cada cual estaba en libertad de tomar cualquier significado de lo acontecido, así fue como enumeró los casos y e hizo hincapié en una constante: los incendios. “Carhué está marcada por el fuego, quizás podamos decir que todas las cosas que no pudieron progresar tuvieron una experiencia ignea. El fuego ha sido en nuestra reciente historia, una constante. Los casos emblemáticos son los que tuvieron que pasar los cines y los teatros. Yo no digo que algo anormal suceda aquí, pero sí es evidente que el fuego se ha presentado en una forma casi selectiva, existen cosas que aquí no han podido desarrollarse porque el fuego las ha impedido, la lista es larga y podemos nombrar al hotel y cine Epecuén, el hotel Roma, el teatro Español, el Molino Harinero… el fuego allí estuvo presente. Y después hay cosas que han tenido lo que llamo el tipico destino carhuense, es decir, cosas que se han topado con el fracaso, ya sea por obra de la naturaleza o del hombre. Es como si a Carhué se le permitiera crecer pero hasta ahí nomás, a lo mejor algo de razón tiene acá el amigo Valentino que dice que algo o alguien quiere proteger a la zona, porque ha pasado en toda su historia, el caso del palacio Gallo, la desaparición de tantos parajes y pueblitos, el hipódromo local, lo que está sucediendo en La Chacra, el hospital Hidrotermal, La Celulusa Carhué, la industria láctea, pensar que aquí se produjo leche, quesos y manteca, los vinos Del Valle, todo lo que sucedió en la Villa Epecuén, es definitiva, hay muchas cosas que han tenido y siguen teniendo ahora el típico destino carhuense, o han desaparecido, o se han abandonado. Lo cierto es que no están y nosotros estamos cada vez más aislados”

Extracto de la Novela "Carhué" por Leandro Vesco

LA PRIMERA VEZ QUE EL TENIENTE CORONEL NICOLAS LEVALLE TOMÓ SODA EN CARHUÉ.
Extracto de la biografía “El Apolo Criollo” por el Dr. Alfredo López Lecubé.




Inmortal faro dador de civilización. Inmenso soldado, pro hombre de acción que no halló igual en nuestra tierra, su figura de Apolo criollo se alza por encima de una manada de sombras que vagaron por el suelo que pisamos sin ni siquiera prosperar más allá de sus rodillas robustas y perennes. El colosal hombre llegó de muy lejanas patrias para dejar aquí una descomunal obra que aún perdura hasta nuestros días, y que nadie podrá borrar de la historia de este país. Grandiosa fue su fuerza, su constancia hacia las adversidades, su gran paciencia cuando sabía que debía esperar antes que atacar, fabulosa su fortaleza. Débil, improvisada, y muy precaria la maldad cuando le tuvo por única vez en un lecho indigno, y cuando ya saboreaba su victoria falaz, ahí estuvo, nuestro Ídolo alzándose contra la adversidad, y viendo la luz allí donde los demás veían oscuridad, encontró un mar de soda que lo elevó hacia una nueva forma de salud, una nueva forma de vida y cuando los indios, esos agentes bacterianos que se arrastraban como parásitos por estas tierras, se unieron en bandada para acallar su Voz, el enorme soldado que fue, los derrotó con la fe del que sabe que tiene la Historia de su lado.
La actividad del caudillo en nuestras tierras puede resumirse en algunos hitos. Nació en la lejana Italia, en Cicagna, un pueblo dentro de Chiavari, provincia de Génova allá por el 6 de diciembre de 1840, sus bases de hombre les fueron conferidas por sus padres, Don Lorenzo Levalle y Doña Benedicta Danieri. A los dos años pisa suelo argentino, cuentan algunos que cuando sucedió esto, el pequeño Nicolas abrió los ojos y dijo “patria”, mucho antes de que en su cabeza estuvieran las palabras que denominaran a su madre y padre. Entró en el Ejercito Argentino el 10 de octubre de 1857 como aspirante y dos años después ascendió a porta estandarte y participó de la batalla de Cepeda. Levalle fue esa clase de hombres que nacieron destinados a brillar en un escenario de guerra, por su aguerrido comportamiento es ascendido a Alférez del regimiento 1 de Artillería, participó en la guerra naval de San Nicolás y en el sitio de Buenos Aires defendió las calles Potosí y Ceballos, el 31 de juliio de 1861 fue ascendido a Teniente 2º participando de la campaña de Pavón, y una año más tarde, siempre promovido por su exceso de valentía y determinación en los momentos en los que los demás zozobraban, fue ascendido a Teniente de la Compañía de Cazadores, ese mismo año la Comandancia decidió darle el rango de Capitan, trasladandolo a la frontera Norte de Buenos Aires con asiento en Rojas y Junín, allí permanecería hasta 1865 donde acata la orden de marchar a la guerra del Paraguay, donde resultó ser un sobresaliente protagonista de la rendición de Uruguayana, hechos que hicieron que el Emperador de Brasil le diera una condecoración, pero esta no fue la única medalla que un país hermano le otorgó, un mes antes de Brasil, el gobierno de Uruguay lo distinguió por su participación en la batalla de Yatay. Aquella campaña paraguaya hizo resaltar los más altos valores militares de Levalle, el 31 de enero de 1866 la historia grande lo ve cambatir con un arrojo que sólo los hombres destinados a las grandes tareas pueden permitirse, el escenario fue esta vez la batalla de los Corrales. Cruzó el Paraná arengando a sus subordinados, y dándoles tal valentía que el cruce lo hicieron en pocos minutos, penetrando en tierra enemiga con la confianza de quien se sabe vencedor. Libró batalla en Confluencia, y en Estero Bellaco, y fue vencedor de la más violenta y sangrienta lid, la de Tuyutí, siendo esta vez merecedor de los cordones de plata por su feroz desapego a toda clase de miedos. En aquel año, el 66, intervino en Boquerón y luego en el Sauce y la desgracia quiso que fuera allí donde recibiera un balazo en una pierna que lejos de debilitarlo, le dió más impetu y bizarría, ya que días después recibió el escudo de plata por su intransigente misión de dar lo mejor de sí en cada contienda, esta vez fue en Curupaytí.
La patria volvió a requerir de sus servicios. En 1867 el general Paunero tuvo que reunir los hombres más valientes para sofocar una asonada en nuestra patria, era de esperar que en el primer lugar de aquella legión de Hércules estuviera Levalle. Participó en la batalla de Portezuelo y en la de San Ignacio, acompañando al General Conesa tomó activa participación en la intervención de la Provincia de Santa Fe quien se hallaba insurrecta y no respondía a las órdenes del gobernador Nicasio Oroñó. Sin importale nada más que ponerse a servicio de los Altos Intereses de nuestra Bandera, se dirige hacia Córdoba donde combate contra la rebelión que asoló al gobierno de Mateo Luque. Devuele la paz en tierra mediterránea, pero no eran tiempos para el descanso o la inacción. Inmediatamente regresa al Paraguay donde su tropa había caído acéfala bajo la perversión de algún demonio que les confirió la innatural preocupación por el miedo. Hizo falta que sus hombres lo vieran para que temblaran de orgullo. El 23 de abril, fecha que luego veremos se repetiría marcando a fuego su intrépido pergamino de gallardía, es promovido a Sargento Mayor del batallón 5 de Infantería, la tierra cenagosa paraguaya lo vio enfurecido y arrojado, su proverbial sangre fría ante los momentos de mayor incertidumbre le valdrían la fama de superhombre y fue en estos campos donde su figura se hizo inmensa. En 1869 recibió el grado de Teniente Coronel, el 5 de Infantería sería su destino y con él libró batallas que han escrito la historia de nuestro continente. Herido en la contienda de El Sauce, continúa sin descanso labrando honores y desafiando a la muerte en cada lid.
Regresó triunfal del Paraguay pero nuestra patria, siempre aturdida por egoísmos tontos, y por una ignoracia propia de especies cercanas a los simios, hicieron que tomara parte en la campaña de Entre Ríos, una provincia siempre en estado de rebeldía por una misteriosa ubicación de transición geográfica y por una innegable valentía de los hombres que la hacen hoy por hoy, una provincia aguerrida. En 1870 participó entonces contra el alzamiento del General López Jordan, y el 4 de mayo del mismo año llegó a la ciudad de Paraná, exhibiendo su conocido valor en la batalla del Sauce. Es en esta época en donde lo vemos cercano a nuestras tierras carhuenses. En aquellos años los indios comandados por Calfucurá sembraban el terror en todo el territorio bonaerense, no sólo los fortines en la línea de frontera, sino grandes asentamientos y podemos decir por qué no, ciudades vieron entrar a la indiana mapuche bajo la forma de los más sangrientos y catastróficos malones que eran protagonizados por miles de estos bárbaros que saqueaban los campos y robaban a las mujeres, matando y quemando todo a su paso. En una batalla que es quizás la más importante que se libró en nuestro país por su trascendencia hacia lo que hubiera sido sino se hubiera librado. Calfucurá, cacique general del Imperio de la Pampa asoló con 3500 guerreros los partidos de Alvear, 25 de mayo y 9 de Julio, todos baluartes de civilización, causando más de 300 muertes de valientes pobladores argentinos, dando cautividad a más de 500 mujeres y robando 200.000 cabezas de ganado. Este escenario de devastación de nuestras tierras que tenía como fin entrar a la mismísima ciudadela de Buenos Aires debía ser frenado por bravos hombres y allí va nuestro Apolo Criollo a prestar servicios. Cuando el cacique Calfucurá se retiraba luego de destruir todo, fue interceptado por Levalle y las tropas de Rivas en la zona cercana al fuerte San Carlos en lo que hoy es Bolívar, esta lid pasó a la posteridad como la Batalla de San Carlos y fue la primera vez que Calfucurá vio de cerca la derrota, iniciando su ocaso que, por fortuna para nuestra patria, encontró el fin con su muerte al año siguiente.
Nicolas Levalle, nuestro fundador, no podía darse el privilegio de permanecer inactivo. El 4 de mayo de 1873 pisa nuevamente suelo entrerriano, el caserío de Paraná ve llegar al ya legendario 5 de Infantería. Esta vez se trataba de 2000 rebeldes comandados por el caudillo jordanista Leiva que había tenido la poco feliz idea de sitiar la ciudad, Levalle y el valiente comandante Joaquín Viejo Bueno sofocan la asonada, al mes siguiente participa en la batalla del Diamante, meses después desde Paraná se embarca en dos vapores para ir al vecino puerto de La Paz, al norte de aquella ciudad, derrota a los rebeldes que intentaban desestabilizar la paz local. El 9 de diciembre de 1873 en la batalla de Don Gonzalo, Levalle es herido en medio del combate y sus soldados, viendo la gravedad de su herida, le hacen ver la necesidad de que abandone el campo de guerra, pero el hombre con un valor ilimitado se resiste a dejar el unico lugar en en donde jamas se permitiría una caída, el campo de guerra. Así fue que lejos de flaquear, se lo vio más intrépido que nunca, incluso llegando al fin de sus fuerzas. Finalmente la campaña de Entre Ríos vio su fin, y en 1874 regresó a Buenos Aires, pero nuestra patría no era precisamente un sitio donde gobernara la paz y la concordia, se levantó una revolución que estalló el 24 de setiembre de ese mismo año y el 5 de Infantería tuvo que intervenir activamente, Levalle organizó las tropas con astucia y sin mostrar jamás un sesgo de duda, fue determinante para acallar aquellas actitudes insurrectas que querían desestabilizar la aún enclenque nación Argentina, mandó el Ejército del Oeste con 1100 hombres y en la jornada de Junín, el 2 de diciembre, el general Mitre se entregó prisionero. Allí mismo y sobre el campo de batalla Levalle es nombrado Coronel, y en forma inmediata el Ministro de Guerra, Adolfo Alsina, le confirió el grado de Jefe de la Frontera Sud con asiento en el fuerte Lavalle. Es en esta parte de la vida de este caudillo donde nos obliga a detenernos porque comienza su hercúlea tarea en nuestros pagos.
El salvaje que transitaba por estas pampas no dejaba de cometer tropleías a las ciudades y puestos de campaña, a los fortines que intentaban ser puntos de avanzada de la patria que intentaba desarrollarse como país y salir al concierto de las naciones como una república libre y soberana. En 1875 4000 indios entraron a malón por las zonas más ricas de Buenos Aires, desde Tapalqué hasta Bahía Blanca, la situación era insostenible y se temía lo peor. A pesar de que Calfucurá había sido derrotado y ya estaba muerto, su hijo Namuncurá junto a otros caciques herían donde más dolía, en la frontera, robando ganado. Adolfo Alsina, Ministro de Guerra, bajo la presidencia de Nicolás Avellaneda presentó un plan para poner punto final a esta situación, una campaña para extender nuestra frontera y ganarle terreno a ese desierto pampeano que se mostraba indomable, y esto mismo plantea en su proyecto, “ir contra el desierto para poblarlo y no contra el indio para destruirlo” Esta flaqueza o, para nosotros, esta debilidad le terminó por sellar su destino. Así y todo no eran tiempos de unión en nuestro país. El partido Nacionalista desconocía la autoridad de Avellaneda y el mismo Alsina debía cambiar constantemente de paradero para salvaguardar su seguridad, siempre refugiado en los cuarteles por temor a una revuelta popular. El indio salvaje era el único privilegiado por esta desunión nacional. La Patria aún desandaba sus primeros caminos, la nación tal cual la conocemos hoy no se extendía más allá del Río Salado, las amenazas que nublaban la integración no sólo eran originadas en los montes bajo la forma de certeros malones que destruían los caserios, allí donde un grupo de criollos consagrados por una voluntad de hierro, asistidos por la fe de la proeza se asentaban levantando algún villorrio a orillas de algún espejo de agua para trabajar la tierra y forjarse un destino junto a sus familias, allí era donde el indio atacaba, pero también, había que sostener una dura batalla contra los propios miembros de las fuerzas republicanas, diferentes bandos eran los que pretendían adjudicarse la facultad de gobernar la achacosa nación Argentina. Eran momentos de unir, de sumar y no de dividir, y solamente los verdaderos hombres pueden elevarse más allá de los intereses mezquinos gobernados por minúsculos esfuerzos. Este fue el caso de Nicolás Levalle, insigne representante de una pléyade de valientes soldados que vieron la necesidad de ceder las ambiciones personales en pos de ensanchar las espaldas de la naciente nación Argentina.
En marzo de 1876, los indios dieron un duro golpe. 3000 salvajes se adentraron en zona de civilización y destruyeron y saquearon un vasto terriotorio. Los indios veían la debilidad de nuestras fuerzas y sentían tal urgencia de atropellar que se marcaron un propósito que de no ocurrir un milagro, significaba el fin de los tiempos, maloquear la mismísima ciudad de Santa María de los Buenos Aires, la urbe. Alsina sabe que no hay más tiempo que esperar y mandó al presidente un plan, que es criticado pero llevado a cabo a medias e impractible luego por la dureza del terreno, su propósito consistía en la elaboracion de una zanja que protegiera a Buenos Aires, la llamada “Zanja de Alsina” estaba ideada para arrancar en Italo (Córdoba), Fuerte Argentino (Tornquist), pasando por Puán, Guaminí, Trenque Lauquen y terminar en la lejana Carhué. En aquellos días nuestra ciudad era sinónimo de lo desconocido. Aquel plan centraba su eje en la guerra final contra el indio en Carhué, asi mismo, estas ciudades tendrían puestos de carácter permanente para asegurar su permanencia al gobierno nacional y ser anexadas definitivamente a nuestra cartografía. Pero este plan, como dijimos no pudo ser llevado a cabo pues resultó imposible cavar una zanja con un trazado tan extenso. A pesar de esto, Alsina no se quedó atrás y mandó a construir 112 fortines para asegurar la frontera. Luego de lo cual, las batallas contra el indio se hicieron moneda corriente. El tiempo era un factor primordial y la moral de las tropas no era la ideal, los malones eran cada vez más frecuntes y violentos, y estos fortines muchas veces eran destruidos y luego costaba volver a levantarlos. La solución era enfrentar al indio con todas las fuerzas y tratar de empujarlo hasta Carhué y desde allí lanzar la ofensiva final. La clave estaba en ir hasta Carhué y dar batalla desde allí. Asegurada Carhué, llamada en la comandancia “la llave del desierto” se podría decir que los demás territorios caerían en poder del ejército. Pero Alsina encontró fuertes rechazos porque una vez que su plan de la Zanja fracasó, su poder quedó cuestionado. La idea de mandar una división a Carhué era muy discutida porque nadie quería llegar hasta ese confín pues significaba una muerte segura. Los médanos de Carhué se confundían con un mundo sobrenatural, tan lejano, estos montes no habían recibido la bendición de Dios, se aseguraba, que estaban malditos, decían otros, mientras tanto, los indios seguían penetrando en el territorio nacional. Haría falta un soldado con una valentía casi inhumana para tomar posesión de esa frontera. La nación se hundía en problemas y luchas internas, y era muy difícil encontrar apoyo que financiara una campaña al desierto para ganarle al indio territorios. Muchos habían creído que con el fin de Calfucurá el poder salvaje debía menguarse, peor no fue así. Mientras se permanecía en estado deliberativo, dilantandao una solución, característica muy propia de quienes somos los habitantes de esta tierra, Catriel, que había firmado una alianza con el gobierno –que ahora se encargaba de romper- junto al hijo de Calfucurá, Namuncurá asolaron Tres Arroyos, Tandil, Azul y demás pueblos y fortines. Alsina al mando de las tropas obliga al indio a retroceder y deja una línea de fortines para fortalecer la frontera. Pero fue Nicolás Levalle quien le dio a su jefe la fuerza y la decisión que le faltaba. Había que hacer una campaña con todas las letras y sistemáticamente aniquilar al salvaje. Este era el pensamiento de Levalle, Alsina no quiso llevar hasta tan lejos aquella determinación pero sí lanzó una campaña que tenía cuatro columnas, a poco de comenzar la marcha, Alsina, debemos decir, dubitativo y muchas de las veces incierto, le comenta a Levalle acerca de la conveniencia de seguir con esta fuerza de frontera, nuestro Héroe le contesta: “Debemos marchar y morir si es necesario, con las monturas al hombro si no hay caballos, pero debemos cumplir el deber que hemos aceptado” ante semejante muestra de valor, Alsina abraza estas palabras y marcha junto a los coroneles Nelson, Villegas, Freyre, Maldonado y nuestro fundador.
Ahora bien, qué era lo que ocurría en la “tierra verde”, en Carhué? Cuál era la realidad de los indios que la moraban. Los tehuelches fueron los originarios habitantes de la zona, en especial de la etnia het. Luego, llegaron desde la región de Arauca, Chile, una tribu vasta y compleja, los mapuches. Estos tenían un carácter expansionistas que vieron en las pampas un territorio propicio para sus propósitos. Aquí había no sólo buena tierra para el cultivo, sino que el ganado pastaba libremente por nuestras vastas extensiones de tierra. Los pampas que la habitaban no eran una amenaza real y en poco tiempo los mapuches fueron señores de estas tierras. El núcleo de su comercio era pues llevar el ganado hacia su tierra mediante caminos establecidos que pasaban por rios y espejos de agua que llamaban rastrilladas, estas rutas cruzaban las zonas más seguras y fértiles con el fin de absorver la menor cantidad de riesgos, el ganado lo vendían a los estacioneros chilenos y estos a su vez a los europeos. Así fue que siempre nuestros recursos dieron de comer a la misma mesa. La etnia que tuvo mayor poder fueron los voroganos, quienes estaban en conflicto con los pehuenches y estos dos tenían diferencias con los antiguos pampas que se habían quedado acéfalos, y vieron en Rosas a un padre al que podían confiar. Rosas los cobija y establece con ellos una relación. Los voroganos no eran fáciles, y muchos menos accesibles, y fueron feroces guerreros quienes no se sometieron jamás a las estrategias del caudillo bonaerense, y cuando lo hicieron fue para asegurarse algún beneficio propio. Rosas sabe que para tener algún control sobre la provincia tiene que tener la amistad de estos salvajes, quienes en un primer momento le piden la cabeza de caciques pampas como Catriel, Venancio y Cachul, pero el caudillo no acepota porque se tratan de indios leales a su gobierno. Pero en 1832 los voroganos cambian de estrategia y consiguen un trato cuando a cambio de paz le piden a Rosas la cabeza del cacique pehuenche Toriano. La movida rosista trataba de tener sólo a un enemigo disciplinado y no a dos, y así fue que en la campaña de 1833 los voroganos lo acompañaron, pero sin participar activamente, y hasta le pasaban información en forma secreta a los ranqueles. Sin embargo el carácter expansionista de estos indios siempre los volvió peligrosos y Rosas sabía que tarde o temprano irían a traicionarlo buscando llegar hasta la cima misma del poder nacional, Buenos Aires. Se conoció un rumor que decía que los voroganos estaban preparando un gran golpe y para eso llamaban a más mapuches que llegarían de Chile de un momento a otro para asestarles un duro golpe a Rosas.
La historia se encargó de desmoronar este rumor porque en 1834 aparecería en escena una de las figuras más emblemáticas de la historia argentina. Fue el máximo cacique de los indios que durante cuarenta años sembró la incertidumbre y el terror en la Argentina, y fue la causa más reconocida de atrasado que haya tenido nuesrta nación. Su presencia, pero mucho más, sus tácticas, hicieron que la frontera no podiera avanzar en casi medio siglo más que un par de leguas. Calfucurña, de él estamos hablando, llegó a las tolderías de Mesallé en las márgenes de las Salinas Grandes junto a 200 indios que le respondian, su origen pehuenche no era bien visto entre los caciques voroganos que mandaban Mesallé en ese momento, tales como Rondeau y Melinao, pero como Calfucurá se expresa en forma pacífíca pidiendo humildemente realizar comercio y luego, volver a Chile, así fue que le permitieron entrar en las tolderías y descansar asi al día siguiente harían la transacción. Pero Calfucurá muestra por primera vez su verdadera cara cuando el sol apenas era un gesto timido en el horizonte pampeano, aquella mañana pramatura del 18 de setiembre fue el comienzo del reinando. Antes de que Rondeau y Melinao se despertaran, incluso antes de que los demas indios lo hicieran, Calfucurá y sus 200 acólitos matan sin piedad a todos los que se encontraban en Mesallé, los asesinan a sangre frí y sin mostrar humanidad pasan a deguello mujeres y niños. Muerto Rondeau, los voroganos que quedaban perdieron poder y se fueron disgregando, mucho formaron la tribu de Coliqueo, siempre aliada al gobierno nacional y otros se desparramsaron por el interior de la campiña bonaerense. De esta forma Calfucurá se convirtió en amo y señor de la pampa, su modo de actuar era implacable y tenía ideas cercanas a las de un general de guerra, por el modo de atacar, atrayendo siempre a su enemigo a parajes que le resultaban desfavorables al hombre blanco, su estrategia de guerra le valió el apodo de Napoleón de las pampas.
Calfucurá aborrecía a nuestros soldados, a la civilización, en definitiva, era un salvaje que se vanagloriaba de ello y era doblemente peligroso: tenía raptos de inteligencia, podemos decir que fue un guerrero con todas las letras, bajo su mando todas las tribus pampas fueron reducidas, su principal objetivo era llegar hasta Buenos Aires y someterla. A pocas leguas de lo hoy conocemos como Carhué tenía lugar su base, cerca de las Salinas Grandes, en un paraje llamado Chilihué, que en lengua mapuche significa “Nuevo Chile”, esto nos da una idea del fin por el cual había venido a nuestras tierras, su jefatura tenía un propósito claro, crear en la pampa una nueva nación como la que había dejado atrás, pero esta vez en una tierra fértil y rica. Así fue que comienza su sistemática cacería a la civilización, robando y saqueando ciudades y fortines nacionales. Su poder, algunos se ponen de acuerde aquí que sus subordinados le tenían tanto respeto porque había nacido con poderes sobrenaturales, fue total e incuestionable, logró la unión de los indios mediante una forma de gobierno que incluyó persuación, redetribución de bienes y represalia. Rosas logró una timida alianza con Calfucurá, pero el indio era bravo y traidor, y la rompió. La zona de Mesallé fue el centro de actividades de este Imperio de las Salinas, aislado y en ese desierto blanco se aseguró una impunidad que se extendió por cuatro décadas, no sólo era dueño de la sal, un tesoro que cada vez le costaba más caro al país, sino que poniendo allí su cuartel general tenía control de un punto geográfico clave.
Pero le llegó el fin en un momento en el que Calfucurá jamás creyó que su suerte estaba en juego, luego de saquear Alverar, 25 de mayo y 9 de Julio, en plena retirada se enteró que el ejército lo estaba siguiendo pero esta vez su estrategia no fue eficaz y sucumbió al acero nacional, de los 3500 guerreros sólo quedaron en el campo de batalla 200 indios mareados por las balas y la rapidez con la que los soldados argentinos acometieron, Calfucurá y uso pocos leales se fueron a las tolderias de Salinas Grandes y nunca más volvería a salir con vida allí, el 4 de junio de 1874 muere casi a los cien años aún dolido por la derrota en San Carlos, sus últimas palabras son un testamento, un legdo y una orden para su hijo Manuel Namuncurá: “No abandonar Carhué al huinca”, la importante de nuestra ciudad, como se ve era notable y el ejército tomo nota de esto, llegar hasta Carhué significaba alcanzar la llave del desierto, como se conocía a los médanos que rodeaban Mesallé, y donde los indios habían hallado no sólo un lago con aguas curativas, sino que en epoca de lluvia se formaban ojos de aguas que volvían a la zona un vergel, Mesallé era conocida tambien por este favorable condición, Carhué era en definitiva la puerta de entrada a las Salinas y de ahí al reino de los indios. Conquistar Carhué fue la premisa. Hasta 1876 el hijo de Calfucurá, demostró que tenía en la sangre la fuerza de su padre y saqueó las principales ciudades y fuertes de la provincia. Adolfo Alsina le comunica a Nicolas Avellaneda la necesidad de ir tras los salvajes, tomando Carhué.
Pero mientras la comendancia estaba envuelta en discusiones, el indio avanzaba, las hirsutas peleas internas hacían doblegar la fuerza de nuestro ejército, vale decir que no se podía pelear estando peleados. Conforme los bandos se dividían, la amenaza de guerra civil se hacía más inminente, el plan de Alsina entonces fracasaba una vez más y el indio aprovechaba esta ventaja. Se habían tomado y defendido a capa, espada y lanza las poblaciones hasta Guaminí y ahora era el momento de realizar la mayor avanzada. El indio se mostraba por primera vez huidizo y hasta temeroso, pero también se debía a una táctica, ya que mientras más se adentraba el ejército, menos conocía el terreno pero más familiar le era al indio. Manuel Calfucurá no se interesó mucho en defender esos puestos, quería, era su objetivo, librar la última batalla en Carhué. Pero entonces Alsina no estaba seguro de continuar ese año con el plan, los alsinistas querían parar hasta reorganizar al ejército con el fin de tener mejores chances y principalmente estar más armadas y poder tener asegurada al menos la comida. En cambio los partidarios del Teniente Coronel Nicolás Levalle, no querían esperar un instante más y acabar de una vez por todas con el dominio mapuche, la situación de estar siempore a punto de ser dominados por estos era ya insostenible para un país que quería despertarse en el concierto de las naciones como una nación libre y soberana pero principalmente, con loas fronteras demarcadas y pacificadas. Cuentan que el 5 de Infantería fue a pedirle a Levalle que salieran ellos solos si era necesario para darle una lección a Namuncurá. Para nuestro héroe no era fácil contener a sus hombres, uno debe ponerse en la piel de esos patriotas que aún conociendo la penosa realidad a la que tendrían que enfrentarse, insisten en hacerles frente en pos de la Patria. El ministro de Guerra Alsina halló en el incomparable Nicolas Levalle a un hombre.
El 23 de abril de 1876 finalmente llega a los médanos de Carhué, tomando posesión de este valle en forma de herradura, junto a la tropa del teniente coronel Maldonado, 1.100 fueron los soldados que entraron en esta pampa indómita y en donde la soledad se esparcía como latigazos por el viento helado. La tropa entró en contacto enseguida con los indios y durante meses las luchas fueron diarias, la estretegia mapuche era desgastar a nuestros soldados, y según Estanislao Zevallos aquellos soldados tuvieron que pasar enormes privaciones en estos primeros meses, ya que habían llevado ropa de verano y la zona carhuense ya en mayo presenta los primeras heladas fuertes, el invierno fue casi la antesala a la muerte, sin apoyo del gobierno nacional, ni respaldo de ningún tipo, sin ropa, ni comida ni contacto con la familia que había quedado en Buenos Aires, la tropo debió soportar hambruna, frío y lo que es peor, abandono. Por el dia, se dedicaban a pelear contra el indio, y hacia la noche reforzaban el fuerte General Belgrano, el lugar donde Levalle había emplazado su base de operaciones. Según las crónicas militares, hubo días de diez grados bajo cero. Sin dudas, anidaba en aquellos hombres un patriotismo que debemos honrar eternamente. Desde el fuerte Levalle mandó a levantar una linea de fortines para asegurar la frontera, alrededor de una treintena, separados una legua uno del otro tenían como fin consolidar el puesto y el fuerte general Belgrano. Este primero año fue de veras duro, y a pesar de que se había llegado hasta este punto crucial de la frontera, Alsina y el gobierno nacional no pueden mandar provisiones, allá en la lejana Bueno Aires los problemas son cada vez mayores y el Ministro de Guerra, amigo de Levalle, le dice que existe la posibilidad de que ordenara el regreso de las tropas porque no había posibilidad de ayudarlas. Levalle, a pesar de que se daba cuenta de que su tropa estaba en los límites de la superviviencia, considera que dejar el puesto significaría una derrota total y una actitud inadmisible. Le contestó de una forma lapidaria y casi cercana a la insurrección: “Si el gobierno nacional decide abandonar Carhué deberá enviar un militar que se haga cargo de la tropa, jamás daré la orden de regreso” Esta contestación de Levalle le da un nuevo impulso a Alsina, desde los confines de la pampa el bravo teniente coronel daba clase de forteleza y patriotismo. Corría el fin del año 1876 y los indios hacían estragos en las lineas fortineras, el 5 de Infanteria sobrevivía por la ayuda de la providencia, los soldados parecían un conjunto de desn utridos, vestidos con harapos, mal comidos y con las armas cada vez en peor estado. El teniente coronel Levalle se da cuenta que la situación no da para más la intuación le dice que estaba a punto de perder a sus soldados, cada dia que pasaba la deserción era más notoria y sabía que ellos se iban del fuerte sin ganas pero el hambre no conoce y la desesperación eran mayores. Fue entonces una mañana que había amanecido helada, hizo arder algunos troncos de caldén y con la tropa reunida, tiritanto de frío, flacos y con las miradas sombrías, oyen las palabras de su líder, llenas de valor y hombría:
“Camaradas de la división Sur: no tenemos yerba, no tenemos tabaco, no tenemos pan ni ropa ni recursos, ni esperanza de recibirlos, pero si esto es así, tambien es cierto que somos argentinos y tenemos deberes que cumplir poara dar glorias a la patria… Muchachos! ¡Viva la Patria! ¡Que no se diga que el argentino pierde el valor porque le falta un zoquete! ¡Adelante hasta concluir con el salvaje!”
De qué otra manera la historia puede premiar a un ser de tan grande honor sino con una gran Victoria. Aquellas palabras hicieron hervir en la sangre de aquellos soldados en tan malas condiciones la llama inmortal, su jefe daba ejemplo y lejos de mostrar flaqueza, vieron una fuerza inquebrantable que contagiaba y que había que seguir a como de lugar, a partir de este día la tropa fue otra. Desde el mangrullo del fuerte se vio una polvoreda, eran indios que avanzaban para cometer la conocida tropelía, pero esta vesz en numeros de cientos, en hombres como Levalle la inminencia de la guerra excacerbaba su espíritu y cada vez que el guardía gritaba que veía aparecer más indios, más valiente y seguro se ponía, hubiera sido una pesima noticia si sólo hubiera oído que estaban por llegar cien indios. Esta vez había miles, mucho mejor. Organizó su tropa y la batalla fue inolvidable, los hombres de Levalle hicieron justicia: el hierro de la espada argentina trazó límite, trazó una frontera. Los indios huyeron pero fueron perseguidos hasta las Salilnas Grandes mismas, Levalle se había propuesto terminar con el problema destacándose en cada gresca, en la primera linea de guerra. El deber había que cumplirlo, la frontera debía ser asegurada y no había otra que seguir esa orden, era militar y el horizonte pampeano no contenía más ley que la ley de hacer las cosas bien y sin errores. Persiguió a Namuncura hasta su toldería, logrando una victoria que significó el fin de la dinastía de estos indios en las tierras argentinas. La frontera había siudo ganada y ahora había que trabajar para engrandecerla, para que fuera una tierra próspera y habilitada para contener hogares de patriotas que vendrían a trabajar los campos. El 21 de enero de 1877 nuestro Apolo criollo bebía la soda bajo el eucalipto que podemos vber en la plaza que hoy lleva su nombre. La fundación del pueblo llamado de Adolfo Alsina estaba iniciada. Nuestra historia comenzaba. Por varios años Levalle se queda en el pueblo, para seguir de cerca su obra y porque sus hombres no conciben la vida aquí sin el jefe que los guió en los malos momentos. Levalle, se sabe, se había sentido atraído por la magia del lugar, ese encanto que seduce a las almas fuertes y sensibles al aire misterioso de estos médanos, tanto fue así que trajo a su hija Aurelia a vivir a su querida Carhué, la soda del lago Epecuén fue para nuestro fundador más que un agua medicinal, la soda epecuense se convirtió en una compañía a la que no quiso jamás abandonar, pero hasta los fuegos más grandes y solemnes se apagan y una prolongada y sin dudas nefasta e injusta enfermedad lo postra y los ojos de uno de los más grandes militares de la historia argentina se cerraron para siempre, corría el año 1902, y su obra permance hasta nuestros días, le debemos eternos homenaje y agradecimiento.