viernes, 13 de febrero de 2009

Extracto de la Novela "Carhué" por Leandro Vesco

LA PRIMERA VEZ QUE EL TENIENTE CORONEL NICOLAS LEVALLE TOMÓ SODA EN CARHUÉ.
Extracto de la biografía “El Apolo Criollo” por el Dr. Alfredo López Lecubé.




Inmortal faro dador de civilización. Inmenso soldado, pro hombre de acción que no halló igual en nuestra tierra, su figura de Apolo criollo se alza por encima de una manada de sombras que vagaron por el suelo que pisamos sin ni siquiera prosperar más allá de sus rodillas robustas y perennes. El colosal hombre llegó de muy lejanas patrias para dejar aquí una descomunal obra que aún perdura hasta nuestros días, y que nadie podrá borrar de la historia de este país. Grandiosa fue su fuerza, su constancia hacia las adversidades, su gran paciencia cuando sabía que debía esperar antes que atacar, fabulosa su fortaleza. Débil, improvisada, y muy precaria la maldad cuando le tuvo por única vez en un lecho indigno, y cuando ya saboreaba su victoria falaz, ahí estuvo, nuestro Ídolo alzándose contra la adversidad, y viendo la luz allí donde los demás veían oscuridad, encontró un mar de soda que lo elevó hacia una nueva forma de salud, una nueva forma de vida y cuando los indios, esos agentes bacterianos que se arrastraban como parásitos por estas tierras, se unieron en bandada para acallar su Voz, el enorme soldado que fue, los derrotó con la fe del que sabe que tiene la Historia de su lado.
La actividad del caudillo en nuestras tierras puede resumirse en algunos hitos. Nació en la lejana Italia, en Cicagna, un pueblo dentro de Chiavari, provincia de Génova allá por el 6 de diciembre de 1840, sus bases de hombre les fueron conferidas por sus padres, Don Lorenzo Levalle y Doña Benedicta Danieri. A los dos años pisa suelo argentino, cuentan algunos que cuando sucedió esto, el pequeño Nicolas abrió los ojos y dijo “patria”, mucho antes de que en su cabeza estuvieran las palabras que denominaran a su madre y padre. Entró en el Ejercito Argentino el 10 de octubre de 1857 como aspirante y dos años después ascendió a porta estandarte y participó de la batalla de Cepeda. Levalle fue esa clase de hombres que nacieron destinados a brillar en un escenario de guerra, por su aguerrido comportamiento es ascendido a Alférez del regimiento 1 de Artillería, participó en la guerra naval de San Nicolás y en el sitio de Buenos Aires defendió las calles Potosí y Ceballos, el 31 de juliio de 1861 fue ascendido a Teniente 2º participando de la campaña de Pavón, y una año más tarde, siempre promovido por su exceso de valentía y determinación en los momentos en los que los demás zozobraban, fue ascendido a Teniente de la Compañía de Cazadores, ese mismo año la Comandancia decidió darle el rango de Capitan, trasladandolo a la frontera Norte de Buenos Aires con asiento en Rojas y Junín, allí permanecería hasta 1865 donde acata la orden de marchar a la guerra del Paraguay, donde resultó ser un sobresaliente protagonista de la rendición de Uruguayana, hechos que hicieron que el Emperador de Brasil le diera una condecoración, pero esta no fue la única medalla que un país hermano le otorgó, un mes antes de Brasil, el gobierno de Uruguay lo distinguió por su participación en la batalla de Yatay. Aquella campaña paraguaya hizo resaltar los más altos valores militares de Levalle, el 31 de enero de 1866 la historia grande lo ve cambatir con un arrojo que sólo los hombres destinados a las grandes tareas pueden permitirse, el escenario fue esta vez la batalla de los Corrales. Cruzó el Paraná arengando a sus subordinados, y dándoles tal valentía que el cruce lo hicieron en pocos minutos, penetrando en tierra enemiga con la confianza de quien se sabe vencedor. Libró batalla en Confluencia, y en Estero Bellaco, y fue vencedor de la más violenta y sangrienta lid, la de Tuyutí, siendo esta vez merecedor de los cordones de plata por su feroz desapego a toda clase de miedos. En aquel año, el 66, intervino en Boquerón y luego en el Sauce y la desgracia quiso que fuera allí donde recibiera un balazo en una pierna que lejos de debilitarlo, le dió más impetu y bizarría, ya que días después recibió el escudo de plata por su intransigente misión de dar lo mejor de sí en cada contienda, esta vez fue en Curupaytí.
La patria volvió a requerir de sus servicios. En 1867 el general Paunero tuvo que reunir los hombres más valientes para sofocar una asonada en nuestra patria, era de esperar que en el primer lugar de aquella legión de Hércules estuviera Levalle. Participó en la batalla de Portezuelo y en la de San Ignacio, acompañando al General Conesa tomó activa participación en la intervención de la Provincia de Santa Fe quien se hallaba insurrecta y no respondía a las órdenes del gobernador Nicasio Oroñó. Sin importale nada más que ponerse a servicio de los Altos Intereses de nuestra Bandera, se dirige hacia Córdoba donde combate contra la rebelión que asoló al gobierno de Mateo Luque. Devuele la paz en tierra mediterránea, pero no eran tiempos para el descanso o la inacción. Inmediatamente regresa al Paraguay donde su tropa había caído acéfala bajo la perversión de algún demonio que les confirió la innatural preocupación por el miedo. Hizo falta que sus hombres lo vieran para que temblaran de orgullo. El 23 de abril, fecha que luego veremos se repetiría marcando a fuego su intrépido pergamino de gallardía, es promovido a Sargento Mayor del batallón 5 de Infantería, la tierra cenagosa paraguaya lo vio enfurecido y arrojado, su proverbial sangre fría ante los momentos de mayor incertidumbre le valdrían la fama de superhombre y fue en estos campos donde su figura se hizo inmensa. En 1869 recibió el grado de Teniente Coronel, el 5 de Infantería sería su destino y con él libró batallas que han escrito la historia de nuestro continente. Herido en la contienda de El Sauce, continúa sin descanso labrando honores y desafiando a la muerte en cada lid.
Regresó triunfal del Paraguay pero nuestra patria, siempre aturdida por egoísmos tontos, y por una ignoracia propia de especies cercanas a los simios, hicieron que tomara parte en la campaña de Entre Ríos, una provincia siempre en estado de rebeldía por una misteriosa ubicación de transición geográfica y por una innegable valentía de los hombres que la hacen hoy por hoy, una provincia aguerrida. En 1870 participó entonces contra el alzamiento del General López Jordan, y el 4 de mayo del mismo año llegó a la ciudad de Paraná, exhibiendo su conocido valor en la batalla del Sauce. Es en esta época en donde lo vemos cercano a nuestras tierras carhuenses. En aquellos años los indios comandados por Calfucurá sembraban el terror en todo el territorio bonaerense, no sólo los fortines en la línea de frontera, sino grandes asentamientos y podemos decir por qué no, ciudades vieron entrar a la indiana mapuche bajo la forma de los más sangrientos y catastróficos malones que eran protagonizados por miles de estos bárbaros que saqueaban los campos y robaban a las mujeres, matando y quemando todo a su paso. En una batalla que es quizás la más importante que se libró en nuestro país por su trascendencia hacia lo que hubiera sido sino se hubiera librado. Calfucurá, cacique general del Imperio de la Pampa asoló con 3500 guerreros los partidos de Alvear, 25 de mayo y 9 de Julio, todos baluartes de civilización, causando más de 300 muertes de valientes pobladores argentinos, dando cautividad a más de 500 mujeres y robando 200.000 cabezas de ganado. Este escenario de devastación de nuestras tierras que tenía como fin entrar a la mismísima ciudadela de Buenos Aires debía ser frenado por bravos hombres y allí va nuestro Apolo Criollo a prestar servicios. Cuando el cacique Calfucurá se retiraba luego de destruir todo, fue interceptado por Levalle y las tropas de Rivas en la zona cercana al fuerte San Carlos en lo que hoy es Bolívar, esta lid pasó a la posteridad como la Batalla de San Carlos y fue la primera vez que Calfucurá vio de cerca la derrota, iniciando su ocaso que, por fortuna para nuestra patria, encontró el fin con su muerte al año siguiente.
Nicolas Levalle, nuestro fundador, no podía darse el privilegio de permanecer inactivo. El 4 de mayo de 1873 pisa nuevamente suelo entrerriano, el caserío de Paraná ve llegar al ya legendario 5 de Infantería. Esta vez se trataba de 2000 rebeldes comandados por el caudillo jordanista Leiva que había tenido la poco feliz idea de sitiar la ciudad, Levalle y el valiente comandante Joaquín Viejo Bueno sofocan la asonada, al mes siguiente participa en la batalla del Diamante, meses después desde Paraná se embarca en dos vapores para ir al vecino puerto de La Paz, al norte de aquella ciudad, derrota a los rebeldes que intentaban desestabilizar la paz local. El 9 de diciembre de 1873 en la batalla de Don Gonzalo, Levalle es herido en medio del combate y sus soldados, viendo la gravedad de su herida, le hacen ver la necesidad de que abandone el campo de guerra, pero el hombre con un valor ilimitado se resiste a dejar el unico lugar en en donde jamas se permitiría una caída, el campo de guerra. Así fue que lejos de flaquear, se lo vio más intrépido que nunca, incluso llegando al fin de sus fuerzas. Finalmente la campaña de Entre Ríos vio su fin, y en 1874 regresó a Buenos Aires, pero nuestra patría no era precisamente un sitio donde gobernara la paz y la concordia, se levantó una revolución que estalló el 24 de setiembre de ese mismo año y el 5 de Infantería tuvo que intervenir activamente, Levalle organizó las tropas con astucia y sin mostrar jamás un sesgo de duda, fue determinante para acallar aquellas actitudes insurrectas que querían desestabilizar la aún enclenque nación Argentina, mandó el Ejército del Oeste con 1100 hombres y en la jornada de Junín, el 2 de diciembre, el general Mitre se entregó prisionero. Allí mismo y sobre el campo de batalla Levalle es nombrado Coronel, y en forma inmediata el Ministro de Guerra, Adolfo Alsina, le confirió el grado de Jefe de la Frontera Sud con asiento en el fuerte Lavalle. Es en esta parte de la vida de este caudillo donde nos obliga a detenernos porque comienza su hercúlea tarea en nuestros pagos.
El salvaje que transitaba por estas pampas no dejaba de cometer tropleías a las ciudades y puestos de campaña, a los fortines que intentaban ser puntos de avanzada de la patria que intentaba desarrollarse como país y salir al concierto de las naciones como una república libre y soberana. En 1875 4000 indios entraron a malón por las zonas más ricas de Buenos Aires, desde Tapalqué hasta Bahía Blanca, la situación era insostenible y se temía lo peor. A pesar de que Calfucurá había sido derrotado y ya estaba muerto, su hijo Namuncurá junto a otros caciques herían donde más dolía, en la frontera, robando ganado. Adolfo Alsina, Ministro de Guerra, bajo la presidencia de Nicolás Avellaneda presentó un plan para poner punto final a esta situación, una campaña para extender nuestra frontera y ganarle terreno a ese desierto pampeano que se mostraba indomable, y esto mismo plantea en su proyecto, “ir contra el desierto para poblarlo y no contra el indio para destruirlo” Esta flaqueza o, para nosotros, esta debilidad le terminó por sellar su destino. Así y todo no eran tiempos de unión en nuestro país. El partido Nacionalista desconocía la autoridad de Avellaneda y el mismo Alsina debía cambiar constantemente de paradero para salvaguardar su seguridad, siempre refugiado en los cuarteles por temor a una revuelta popular. El indio salvaje era el único privilegiado por esta desunión nacional. La Patria aún desandaba sus primeros caminos, la nación tal cual la conocemos hoy no se extendía más allá del Río Salado, las amenazas que nublaban la integración no sólo eran originadas en los montes bajo la forma de certeros malones que destruían los caserios, allí donde un grupo de criollos consagrados por una voluntad de hierro, asistidos por la fe de la proeza se asentaban levantando algún villorrio a orillas de algún espejo de agua para trabajar la tierra y forjarse un destino junto a sus familias, allí era donde el indio atacaba, pero también, había que sostener una dura batalla contra los propios miembros de las fuerzas republicanas, diferentes bandos eran los que pretendían adjudicarse la facultad de gobernar la achacosa nación Argentina. Eran momentos de unir, de sumar y no de dividir, y solamente los verdaderos hombres pueden elevarse más allá de los intereses mezquinos gobernados por minúsculos esfuerzos. Este fue el caso de Nicolás Levalle, insigne representante de una pléyade de valientes soldados que vieron la necesidad de ceder las ambiciones personales en pos de ensanchar las espaldas de la naciente nación Argentina.
En marzo de 1876, los indios dieron un duro golpe. 3000 salvajes se adentraron en zona de civilización y destruyeron y saquearon un vasto terriotorio. Los indios veían la debilidad de nuestras fuerzas y sentían tal urgencia de atropellar que se marcaron un propósito que de no ocurrir un milagro, significaba el fin de los tiempos, maloquear la mismísima ciudad de Santa María de los Buenos Aires, la urbe. Alsina sabe que no hay más tiempo que esperar y mandó al presidente un plan, que es criticado pero llevado a cabo a medias e impractible luego por la dureza del terreno, su propósito consistía en la elaboracion de una zanja que protegiera a Buenos Aires, la llamada “Zanja de Alsina” estaba ideada para arrancar en Italo (Córdoba), Fuerte Argentino (Tornquist), pasando por Puán, Guaminí, Trenque Lauquen y terminar en la lejana Carhué. En aquellos días nuestra ciudad era sinónimo de lo desconocido. Aquel plan centraba su eje en la guerra final contra el indio en Carhué, asi mismo, estas ciudades tendrían puestos de carácter permanente para asegurar su permanencia al gobierno nacional y ser anexadas definitivamente a nuestra cartografía. Pero este plan, como dijimos no pudo ser llevado a cabo pues resultó imposible cavar una zanja con un trazado tan extenso. A pesar de esto, Alsina no se quedó atrás y mandó a construir 112 fortines para asegurar la frontera. Luego de lo cual, las batallas contra el indio se hicieron moneda corriente. El tiempo era un factor primordial y la moral de las tropas no era la ideal, los malones eran cada vez más frecuntes y violentos, y estos fortines muchas veces eran destruidos y luego costaba volver a levantarlos. La solución era enfrentar al indio con todas las fuerzas y tratar de empujarlo hasta Carhué y desde allí lanzar la ofensiva final. La clave estaba en ir hasta Carhué y dar batalla desde allí. Asegurada Carhué, llamada en la comandancia “la llave del desierto” se podría decir que los demás territorios caerían en poder del ejército. Pero Alsina encontró fuertes rechazos porque una vez que su plan de la Zanja fracasó, su poder quedó cuestionado. La idea de mandar una división a Carhué era muy discutida porque nadie quería llegar hasta ese confín pues significaba una muerte segura. Los médanos de Carhué se confundían con un mundo sobrenatural, tan lejano, estos montes no habían recibido la bendición de Dios, se aseguraba, que estaban malditos, decían otros, mientras tanto, los indios seguían penetrando en el territorio nacional. Haría falta un soldado con una valentía casi inhumana para tomar posesión de esa frontera. La nación se hundía en problemas y luchas internas, y era muy difícil encontrar apoyo que financiara una campaña al desierto para ganarle al indio territorios. Muchos habían creído que con el fin de Calfucurá el poder salvaje debía menguarse, peor no fue así. Mientras se permanecía en estado deliberativo, dilantandao una solución, característica muy propia de quienes somos los habitantes de esta tierra, Catriel, que había firmado una alianza con el gobierno –que ahora se encargaba de romper- junto al hijo de Calfucurá, Namuncurá asolaron Tres Arroyos, Tandil, Azul y demás pueblos y fortines. Alsina al mando de las tropas obliga al indio a retroceder y deja una línea de fortines para fortalecer la frontera. Pero fue Nicolás Levalle quien le dio a su jefe la fuerza y la decisión que le faltaba. Había que hacer una campaña con todas las letras y sistemáticamente aniquilar al salvaje. Este era el pensamiento de Levalle, Alsina no quiso llevar hasta tan lejos aquella determinación pero sí lanzó una campaña que tenía cuatro columnas, a poco de comenzar la marcha, Alsina, debemos decir, dubitativo y muchas de las veces incierto, le comenta a Levalle acerca de la conveniencia de seguir con esta fuerza de frontera, nuestro Héroe le contesta: “Debemos marchar y morir si es necesario, con las monturas al hombro si no hay caballos, pero debemos cumplir el deber que hemos aceptado” ante semejante muestra de valor, Alsina abraza estas palabras y marcha junto a los coroneles Nelson, Villegas, Freyre, Maldonado y nuestro fundador.
Ahora bien, qué era lo que ocurría en la “tierra verde”, en Carhué? Cuál era la realidad de los indios que la moraban. Los tehuelches fueron los originarios habitantes de la zona, en especial de la etnia het. Luego, llegaron desde la región de Arauca, Chile, una tribu vasta y compleja, los mapuches. Estos tenían un carácter expansionistas que vieron en las pampas un territorio propicio para sus propósitos. Aquí había no sólo buena tierra para el cultivo, sino que el ganado pastaba libremente por nuestras vastas extensiones de tierra. Los pampas que la habitaban no eran una amenaza real y en poco tiempo los mapuches fueron señores de estas tierras. El núcleo de su comercio era pues llevar el ganado hacia su tierra mediante caminos establecidos que pasaban por rios y espejos de agua que llamaban rastrilladas, estas rutas cruzaban las zonas más seguras y fértiles con el fin de absorver la menor cantidad de riesgos, el ganado lo vendían a los estacioneros chilenos y estos a su vez a los europeos. Así fue que siempre nuestros recursos dieron de comer a la misma mesa. La etnia que tuvo mayor poder fueron los voroganos, quienes estaban en conflicto con los pehuenches y estos dos tenían diferencias con los antiguos pampas que se habían quedado acéfalos, y vieron en Rosas a un padre al que podían confiar. Rosas los cobija y establece con ellos una relación. Los voroganos no eran fáciles, y muchos menos accesibles, y fueron feroces guerreros quienes no se sometieron jamás a las estrategias del caudillo bonaerense, y cuando lo hicieron fue para asegurarse algún beneficio propio. Rosas sabe que para tener algún control sobre la provincia tiene que tener la amistad de estos salvajes, quienes en un primer momento le piden la cabeza de caciques pampas como Catriel, Venancio y Cachul, pero el caudillo no acepota porque se tratan de indios leales a su gobierno. Pero en 1832 los voroganos cambian de estrategia y consiguen un trato cuando a cambio de paz le piden a Rosas la cabeza del cacique pehuenche Toriano. La movida rosista trataba de tener sólo a un enemigo disciplinado y no a dos, y así fue que en la campaña de 1833 los voroganos lo acompañaron, pero sin participar activamente, y hasta le pasaban información en forma secreta a los ranqueles. Sin embargo el carácter expansionista de estos indios siempre los volvió peligrosos y Rosas sabía que tarde o temprano irían a traicionarlo buscando llegar hasta la cima misma del poder nacional, Buenos Aires. Se conoció un rumor que decía que los voroganos estaban preparando un gran golpe y para eso llamaban a más mapuches que llegarían de Chile de un momento a otro para asestarles un duro golpe a Rosas.
La historia se encargó de desmoronar este rumor porque en 1834 aparecería en escena una de las figuras más emblemáticas de la historia argentina. Fue el máximo cacique de los indios que durante cuarenta años sembró la incertidumbre y el terror en la Argentina, y fue la causa más reconocida de atrasado que haya tenido nuesrta nación. Su presencia, pero mucho más, sus tácticas, hicieron que la frontera no podiera avanzar en casi medio siglo más que un par de leguas. Calfucurña, de él estamos hablando, llegó a las tolderías de Mesallé en las márgenes de las Salinas Grandes junto a 200 indios que le respondian, su origen pehuenche no era bien visto entre los caciques voroganos que mandaban Mesallé en ese momento, tales como Rondeau y Melinao, pero como Calfucurá se expresa en forma pacífíca pidiendo humildemente realizar comercio y luego, volver a Chile, así fue que le permitieron entrar en las tolderías y descansar asi al día siguiente harían la transacción. Pero Calfucurá muestra por primera vez su verdadera cara cuando el sol apenas era un gesto timido en el horizonte pampeano, aquella mañana pramatura del 18 de setiembre fue el comienzo del reinando. Antes de que Rondeau y Melinao se despertaran, incluso antes de que los demas indios lo hicieran, Calfucurá y sus 200 acólitos matan sin piedad a todos los que se encontraban en Mesallé, los asesinan a sangre frí y sin mostrar humanidad pasan a deguello mujeres y niños. Muerto Rondeau, los voroganos que quedaban perdieron poder y se fueron disgregando, mucho formaron la tribu de Coliqueo, siempre aliada al gobierno nacional y otros se desparramsaron por el interior de la campiña bonaerense. De esta forma Calfucurá se convirtió en amo y señor de la pampa, su modo de actuar era implacable y tenía ideas cercanas a las de un general de guerra, por el modo de atacar, atrayendo siempre a su enemigo a parajes que le resultaban desfavorables al hombre blanco, su estrategia de guerra le valió el apodo de Napoleón de las pampas.
Calfucurá aborrecía a nuestros soldados, a la civilización, en definitiva, era un salvaje que se vanagloriaba de ello y era doblemente peligroso: tenía raptos de inteligencia, podemos decir que fue un guerrero con todas las letras, bajo su mando todas las tribus pampas fueron reducidas, su principal objetivo era llegar hasta Buenos Aires y someterla. A pocas leguas de lo hoy conocemos como Carhué tenía lugar su base, cerca de las Salinas Grandes, en un paraje llamado Chilihué, que en lengua mapuche significa “Nuevo Chile”, esto nos da una idea del fin por el cual había venido a nuestras tierras, su jefatura tenía un propósito claro, crear en la pampa una nueva nación como la que había dejado atrás, pero esta vez en una tierra fértil y rica. Así fue que comienza su sistemática cacería a la civilización, robando y saqueando ciudades y fortines nacionales. Su poder, algunos se ponen de acuerde aquí que sus subordinados le tenían tanto respeto porque había nacido con poderes sobrenaturales, fue total e incuestionable, logró la unión de los indios mediante una forma de gobierno que incluyó persuación, redetribución de bienes y represalia. Rosas logró una timida alianza con Calfucurá, pero el indio era bravo y traidor, y la rompió. La zona de Mesallé fue el centro de actividades de este Imperio de las Salinas, aislado y en ese desierto blanco se aseguró una impunidad que se extendió por cuatro décadas, no sólo era dueño de la sal, un tesoro que cada vez le costaba más caro al país, sino que poniendo allí su cuartel general tenía control de un punto geográfico clave.
Pero le llegó el fin en un momento en el que Calfucurá jamás creyó que su suerte estaba en juego, luego de saquear Alverar, 25 de mayo y 9 de Julio, en plena retirada se enteró que el ejército lo estaba siguiendo pero esta vez su estrategia no fue eficaz y sucumbió al acero nacional, de los 3500 guerreros sólo quedaron en el campo de batalla 200 indios mareados por las balas y la rapidez con la que los soldados argentinos acometieron, Calfucurá y uso pocos leales se fueron a las tolderias de Salinas Grandes y nunca más volvería a salir con vida allí, el 4 de junio de 1874 muere casi a los cien años aún dolido por la derrota en San Carlos, sus últimas palabras son un testamento, un legdo y una orden para su hijo Manuel Namuncurá: “No abandonar Carhué al huinca”, la importante de nuestra ciudad, como se ve era notable y el ejército tomo nota de esto, llegar hasta Carhué significaba alcanzar la llave del desierto, como se conocía a los médanos que rodeaban Mesallé, y donde los indios habían hallado no sólo un lago con aguas curativas, sino que en epoca de lluvia se formaban ojos de aguas que volvían a la zona un vergel, Mesallé era conocida tambien por este favorable condición, Carhué era en definitiva la puerta de entrada a las Salinas y de ahí al reino de los indios. Conquistar Carhué fue la premisa. Hasta 1876 el hijo de Calfucurá, demostró que tenía en la sangre la fuerza de su padre y saqueó las principales ciudades y fuertes de la provincia. Adolfo Alsina le comunica a Nicolas Avellaneda la necesidad de ir tras los salvajes, tomando Carhué.
Pero mientras la comendancia estaba envuelta en discusiones, el indio avanzaba, las hirsutas peleas internas hacían doblegar la fuerza de nuestro ejército, vale decir que no se podía pelear estando peleados. Conforme los bandos se dividían, la amenaza de guerra civil se hacía más inminente, el plan de Alsina entonces fracasaba una vez más y el indio aprovechaba esta ventaja. Se habían tomado y defendido a capa, espada y lanza las poblaciones hasta Guaminí y ahora era el momento de realizar la mayor avanzada. El indio se mostraba por primera vez huidizo y hasta temeroso, pero también se debía a una táctica, ya que mientras más se adentraba el ejército, menos conocía el terreno pero más familiar le era al indio. Manuel Calfucurá no se interesó mucho en defender esos puestos, quería, era su objetivo, librar la última batalla en Carhué. Pero entonces Alsina no estaba seguro de continuar ese año con el plan, los alsinistas querían parar hasta reorganizar al ejército con el fin de tener mejores chances y principalmente estar más armadas y poder tener asegurada al menos la comida. En cambio los partidarios del Teniente Coronel Nicolás Levalle, no querían esperar un instante más y acabar de una vez por todas con el dominio mapuche, la situación de estar siempore a punto de ser dominados por estos era ya insostenible para un país que quería despertarse en el concierto de las naciones como una nación libre y soberana pero principalmente, con loas fronteras demarcadas y pacificadas. Cuentan que el 5 de Infantería fue a pedirle a Levalle que salieran ellos solos si era necesario para darle una lección a Namuncurá. Para nuestro héroe no era fácil contener a sus hombres, uno debe ponerse en la piel de esos patriotas que aún conociendo la penosa realidad a la que tendrían que enfrentarse, insisten en hacerles frente en pos de la Patria. El ministro de Guerra Alsina halló en el incomparable Nicolas Levalle a un hombre.
El 23 de abril de 1876 finalmente llega a los médanos de Carhué, tomando posesión de este valle en forma de herradura, junto a la tropa del teniente coronel Maldonado, 1.100 fueron los soldados que entraron en esta pampa indómita y en donde la soledad se esparcía como latigazos por el viento helado. La tropa entró en contacto enseguida con los indios y durante meses las luchas fueron diarias, la estretegia mapuche era desgastar a nuestros soldados, y según Estanislao Zevallos aquellos soldados tuvieron que pasar enormes privaciones en estos primeros meses, ya que habían llevado ropa de verano y la zona carhuense ya en mayo presenta los primeras heladas fuertes, el invierno fue casi la antesala a la muerte, sin apoyo del gobierno nacional, ni respaldo de ningún tipo, sin ropa, ni comida ni contacto con la familia que había quedado en Buenos Aires, la tropo debió soportar hambruna, frío y lo que es peor, abandono. Por el dia, se dedicaban a pelear contra el indio, y hacia la noche reforzaban el fuerte General Belgrano, el lugar donde Levalle había emplazado su base de operaciones. Según las crónicas militares, hubo días de diez grados bajo cero. Sin dudas, anidaba en aquellos hombres un patriotismo que debemos honrar eternamente. Desde el fuerte Levalle mandó a levantar una linea de fortines para asegurar la frontera, alrededor de una treintena, separados una legua uno del otro tenían como fin consolidar el puesto y el fuerte general Belgrano. Este primero año fue de veras duro, y a pesar de que se había llegado hasta este punto crucial de la frontera, Alsina y el gobierno nacional no pueden mandar provisiones, allá en la lejana Bueno Aires los problemas son cada vez mayores y el Ministro de Guerra, amigo de Levalle, le dice que existe la posibilidad de que ordenara el regreso de las tropas porque no había posibilidad de ayudarlas. Levalle, a pesar de que se daba cuenta de que su tropa estaba en los límites de la superviviencia, considera que dejar el puesto significaría una derrota total y una actitud inadmisible. Le contestó de una forma lapidaria y casi cercana a la insurrección: “Si el gobierno nacional decide abandonar Carhué deberá enviar un militar que se haga cargo de la tropa, jamás daré la orden de regreso” Esta contestación de Levalle le da un nuevo impulso a Alsina, desde los confines de la pampa el bravo teniente coronel daba clase de forteleza y patriotismo. Corría el fin del año 1876 y los indios hacían estragos en las lineas fortineras, el 5 de Infanteria sobrevivía por la ayuda de la providencia, los soldados parecían un conjunto de desn utridos, vestidos con harapos, mal comidos y con las armas cada vez en peor estado. El teniente coronel Levalle se da cuenta que la situación no da para más la intuación le dice que estaba a punto de perder a sus soldados, cada dia que pasaba la deserción era más notoria y sabía que ellos se iban del fuerte sin ganas pero el hambre no conoce y la desesperación eran mayores. Fue entonces una mañana que había amanecido helada, hizo arder algunos troncos de caldén y con la tropa reunida, tiritanto de frío, flacos y con las miradas sombrías, oyen las palabras de su líder, llenas de valor y hombría:
“Camaradas de la división Sur: no tenemos yerba, no tenemos tabaco, no tenemos pan ni ropa ni recursos, ni esperanza de recibirlos, pero si esto es así, tambien es cierto que somos argentinos y tenemos deberes que cumplir poara dar glorias a la patria… Muchachos! ¡Viva la Patria! ¡Que no se diga que el argentino pierde el valor porque le falta un zoquete! ¡Adelante hasta concluir con el salvaje!”
De qué otra manera la historia puede premiar a un ser de tan grande honor sino con una gran Victoria. Aquellas palabras hicieron hervir en la sangre de aquellos soldados en tan malas condiciones la llama inmortal, su jefe daba ejemplo y lejos de mostrar flaqueza, vieron una fuerza inquebrantable que contagiaba y que había que seguir a como de lugar, a partir de este día la tropa fue otra. Desde el mangrullo del fuerte se vio una polvoreda, eran indios que avanzaban para cometer la conocida tropelía, pero esta vesz en numeros de cientos, en hombres como Levalle la inminencia de la guerra excacerbaba su espíritu y cada vez que el guardía gritaba que veía aparecer más indios, más valiente y seguro se ponía, hubiera sido una pesima noticia si sólo hubiera oído que estaban por llegar cien indios. Esta vez había miles, mucho mejor. Organizó su tropa y la batalla fue inolvidable, los hombres de Levalle hicieron justicia: el hierro de la espada argentina trazó límite, trazó una frontera. Los indios huyeron pero fueron perseguidos hasta las Salilnas Grandes mismas, Levalle se había propuesto terminar con el problema destacándose en cada gresca, en la primera linea de guerra. El deber había que cumplirlo, la frontera debía ser asegurada y no había otra que seguir esa orden, era militar y el horizonte pampeano no contenía más ley que la ley de hacer las cosas bien y sin errores. Persiguió a Namuncura hasta su toldería, logrando una victoria que significó el fin de la dinastía de estos indios en las tierras argentinas. La frontera había siudo ganada y ahora había que trabajar para engrandecerla, para que fuera una tierra próspera y habilitada para contener hogares de patriotas que vendrían a trabajar los campos. El 21 de enero de 1877 nuestro Apolo criollo bebía la soda bajo el eucalipto que podemos vber en la plaza que hoy lleva su nombre. La fundación del pueblo llamado de Adolfo Alsina estaba iniciada. Nuestra historia comenzaba. Por varios años Levalle se queda en el pueblo, para seguir de cerca su obra y porque sus hombres no conciben la vida aquí sin el jefe que los guió en los malos momentos. Levalle, se sabe, se había sentido atraído por la magia del lugar, ese encanto que seduce a las almas fuertes y sensibles al aire misterioso de estos médanos, tanto fue así que trajo a su hija Aurelia a vivir a su querida Carhué, la soda del lago Epecuén fue para nuestro fundador más que un agua medicinal, la soda epecuense se convirtió en una compañía a la que no quiso jamás abandonar, pero hasta los fuegos más grandes y solemnes se apagan y una prolongada y sin dudas nefasta e injusta enfermedad lo postra y los ojos de uno de los más grandes militares de la historia argentina se cerraron para siempre, corría el año 1902, y su obra permance hasta nuestros días, le debemos eternos homenaje y agradecimiento.

1 comentario:

saul dijo...

estimado señor, cuando se dirige a los salvajes indios se esta dirigiendo a mis ancestros que dejaron su sangre por defender lo suyo,,gracias a ellos yo estoy aqui, en territorio del carhue quedaron familiares mios,despojados, maltratados, sometidos, y aun asi sobrevivieron, y se civilizaron, si le gusta esa palabra,le pido por favor que se exprese de otra manera, porque no demuestra ningun sintoma de civilizacion.