sábado, 24 de octubre de 2009

LAS TAPAS DE EMPANADAS Y LAS DUDAS (Capitulo de "Carhué" de Leandro Vesco)

El dueño de La Primera le preguntó a Omar si le habían gustado las tapas de empandas que había comprado la noche anterior, eran de elaboración propia, era el único que las había llevado porque como eran vecinos tenían una muy buena relación, toda una vida viviendo a tan pocos metros. Omar le contestó que eran muy ricas, bien gruesas, bien caseras parecían recién amasadas, hojaldradas, mucho mejor que las que venían de Buenos Aires, o de Bahia Blanca.

-¿Pero tienen gusto a manteca? –le preguntó preocupado el panadero.

-Tienen el típico gusto a la manteca de Carhué, a cosa vieja rica.

Todavía no había mucha gente en la calle y en el boliche había dos clientas pero estaban siendo atendidas por su hija, tenía tiempo para hablar con Omar, además de que estaba muy interesado en saber sobre las tapas.

-Quiero empezar a hacer tapas de empanadas, para vender. Lo hemos estado hablando y se puede hacer con un poco de esfuerzo. Tengo una receta propia.

Omar había ido a comprar las facturas porque Lili se estaba bañando, como todos los días. Era una mañana soleada, transparente, fría y hacia falta mirar al cielo para sentirse de buen humor. Seguramente al mediodía haría calor, y en los campos las vacas buscarían la sombra para hacer la digestión.

-Pero ustedes ya tienen tanto trabajo. Las prepizas, las galletas, las facturas…

-¿Pero salen buenas o no las tapas?

-Si, buenas salen, para chuparse los dedos, pero pensaste en que a lo mejor no den abasto con tantas cosas, siempre te estas quejando. A lo mejor te vas a enloquecer.

La noche anterior había llegado de la Chacra cansado pero siempre tranquilo porque había parado dos veces en la ruta para descansar el motor del auto, ese glorioso fitito que tiene la historia de Carhué en sus ruedas. Había visto movimiento en el cruce, y mucha entrada de vacas en la Rural, caminó unos metros hasta quedar lejos de la vanquina para oír mejor la desazón vacuna. Ese desgarrador, y melancólico, persistente mugido de socorro que las vacas en comunidad hacen al entrar a la rural sabedoras del próximo paso, del final. El muchacho de la YPF, Horacio, estaba sentado con su bicicleta en esos asientos que hay antes de llegar a la Rural, lo vio a Omar.

-Qué cosa, la vaca cómo sabe que la están preparando para el matadero.

Horacio se llevaba bien con Omar, y muchas veces Omar le regalaba algún que otro dulce, o licor.

-Lo peor es la gente que dice que la vaca no se da cuenta. El animal ya sabe todo, y sufre como loco, pero ¿qué otro remedio hay?

-No queda otra, carne hay que comer, pero es tremendo ese ruido, y viste que se comunican porque se van contestando por los campos. A la noche hoy va ser tremendo, después de la YPF me vengo para acá, a veces da miedo, pero siempre es fascinante. A lo mejor me atrae saber que ellas van a morir y yo no, a lo mejor es eso.

El atardecer dejaba ver aún más el polvo porque los faroles de la Rural lo capturaban sin desperdicio, había un movimiento bárbaro, la gauchada a pleno con los rebenques, los perros que sentían y usaban el poder que les habían dado y las vacas, pobres perros grandes, que se apretujaban en los corrales levantando sus cabezotas con los ojos abiertos. Mañana habría feria y a lo mejor nomás ese mismo día ya estarían muertas. Algunas se irían para Liniers y podrían disfrutan de un último viaje por la pampa, pero qué triste debería ser ese trayecto, sabiendo que la guadaña les daría la bienvenida en el gran mercado de hacienda. Pero por lo menos, harían ese viaje hasta la gran ciudad.

-Las que entran, le comunican a las que están libres que dentro de poco les toca a ellas y así, todas sufren por igual. Es un bicho raro la vaca. Y la naturaleza muy justa y violenta.

El sol se había ido y quedaba un resplandor anaranjado, rosáceo que iluminaba las panzas de las últimas nubes que se retiraban a otros horizontes para formar un nuevo día dejando una nueva noche. Por la ruta iban y venían camiones con choferes agotados, algunos buscando el refugio de alguna estación con ducha y después el reparador churrasco con vino si podían tomarse una noche, o con coca si tenían que seguir viaje; y otros, la comodidad de regresar a sus casas para ver a sus hijos y esposas con los guisos humeantes arriba de las mesas familiares, adornadas con un tubito de Paso Ancho y Soda Carbajo; al lado de estos focos potentes, se veían otros pálidos y mucho más chicos, ciclomotores de peones que volvían a Carhué o se iban de Carhué, el día estaba terminando y sin embargo en la Rural el movimiento recién empezaba. Había una fila de varios camiones jaula llenos de ganado bien engordado. Era un día que podría terminar a las dos o tres de la mañana, los alaridos se oían como llamando a un dios y los rebencazos ordenaban la desorientación vacuna.

-¿Y qué haces por acá?

-Vine a entregar unos lubricantes, ya me vuelvo al laburo.

Horacio no miraba a Omar, sino al horizonte en llamas. Esa esperanza que el infinito nos regala todos los días, pero una esperanza tristona.

-¿Se pone duro no?, digo, el laburo, la patrona…

Afirmó mirándolo por primera vez.

-Y a veces dan ganas de cambiar. De hacer otra cosa… -Omar hablaba como si ese horizonte fuese una persona.

Los dos se sentaron en el sofá de cemento, arriba el techo celeste dividido en tonalidades de ensueño mostraba las primeras estrellas y una luna roja en el horizonte que parecía estar a unos metros nomás de aquella tranquera.

-Lo peor sabés qué es… Cuando ya ni sabes qué queres. Que te da la mismo acostarte, o ir al laburo, o renunciar, seguir o parar. No saber qué hacer eso sí que es lo peor. Porque te da la mismo todo, no te jugas por nada, y perdes. Perdes todos los días un cacho de vida.

Omar se frotó las manos y suspiró. Lo que sentía Horacio en algún momento podría sentirlo su hijo, siempre pensaba eso, pero el muchacho estaba tan bien en la casa ayudando a su madre con las mermeladas, o leyendo historias de ciencia ficción, pero algún día, dentro de poco quizás, se le despertara el bichito de querer irse para hacerse a la vida. Le daba tanto temor pensar en ese momento, estaba muy acostumbrado a ver al muchacho en la casa. Es increíble cómo un hijo con su sola presencia condiciona tanto la vida de un padre. Antes, el hombre piensa que la soledad será una compañera gratificante, pero cuando llega un hijo, esa personita nos mira con esos ojos abiertos, esperando siempre la protección, esos ojos que van chupando vida y que están ávidos de vivirla. Llega un momento en que no se puede hacer nada sin la compañía de ese niño tan parecido a uno porque los días son incompletos sin la mirada de ellos, sin esa sombra que, aunque pequeña, ejerce tanto amor.

-Pero vos estás bien en la YPF, ¿para qué te queres ir?

-Para probar suerte. –le dijo con seguridad Horacio. –Para probar suerte y hacer mi vida.

-¿Y acá no la podés hacer?

Horacio lo miró sorprendido, mostrandole una buena risa.

-¿Acá en Carhué? Imposible. Qué sé yo… pero me gustaría irme a Pigüé o a Bolivar, ver otra cosa, siempre lo mismo acá. Por lo menos ver qué pasa en Huanguelén.

-¿Y por qué en Huanguelén va a ser diferente que acá?: Porque no están tu madre y tu tío, es eso.

-No, bueno, si, pero no sé. A lo mejor sí, pero me gustaría estar solo y ganarme la vida yo, alquilar una casita...

Estar lejos de los padres pareciera ser lo primero que piensan los hijos cuando pueden pensar por sí mismos, alejarse del calor paternal para refugiarse en la maravilla de vivir la vida solos, ¿sería esto un instinto natural? ¿será que aún conservamos alguna cosa de la selva que nos hace volver a la incertidumbre donde solamente el instinto manda?, ¿será nada más que somos animales y necesitamos estar solos? Pero el mundo moderno, la ciudad y los chantas se aprovechan de los muchachos, los hacen trabajar mil horas por nada o peor, los meten en los mundos del vicio donde el mal gobierna, y ellos fascinados por los paraísos falsos, se hunden en la droga o el alcohol. Pero también hay algo que es cierto: nunca fue fácil, hacerse camino, mantenerse en el buen rumbo, jamás fue fácil, siempre hubo que lucharla. Laburar de lo que sea, ganarse el pan. Al oír a Horacio se le vinieron a la cabeza muchas cosas, entre ellas, la duda por haber decidido algo dejando en el cruce de su vida ese otro camino que nunca se animó a transitar.

-Yo una vez sentí lo mismo, ganas de irme, pero despues con los años se me fueron hasta que me di cuenta que Carhué era mi lugar, que este horizonte me incluía. Que podía echar raíces acá. Yo, sin este horizonte no soy nadie. Es verdad que hay magia en el aire. Una vez que Carhué te atrapa, ya no podés escapar… Pero te entiendo, la vida mide tus fuerzas, mide tus fuerzas, tus capacidades, siempre y esa duda te carcome. ¿Qué hago, sigo acá, me voy a probar suerte a otro lado?, y mientras tanto la vida no perdona porque tenés que seguir adelante, con tantas dudas sobre tantas cosas esenciales, pero la vida corre y hay que seguir adelante, no te queda otra, apostar a la vida, trae más vida. ¡Cómo no te voy a entender!

Un auto pasó como un rayo sobre la ruta, el motor se perdió junto con las luces traseras dejando una estela de asombro y libertad. Horacio quedó pensando en sus dudas y la charla lo entusiasmó, oir que otro le pasan las mismas cosas que a uno, reconforta. Contiene, y por sobre todo, da apoyo.

-Pero usted ya tiene familia Omar.

-No tiene nada que ver. Las dudas te persiguen, porque siempre te ronda en la cabeza esa pregunta: ¿qué hubiera pasado si me hubiera ido? Cuando me di cuenta de que Carhué era mi lugar, esas dudas se fueron pero no tan lejos porque vuelven, cuando menos las esperas. Pero viste cómo es todo, todo pasa por acá –le dijo señalándole el bocho-. Ayuda mucho cuando vos tomas la desición de quedarte y de aceptar tus limitaciones. Cuando aceptas la vida que te tocó y la vivis, sin enloquecerte, todo es más fácil, porque te despertas bien, con ganas de seguir viviendo con fuerza. Lo que quedó atrás y no fue, te ayudó a ser lo que sos ahora, con todo lo bueno y todo lo malo.

Ya la noche estaba declarada y el viaje de entrega de los lubricantes se había alargado demasiado, sabía que Patricia tiraría bronca, le podía decir que se le había salido la cadena, pero no tenía ganas de mentir, pero usaría la excusa de la cadena, “no quedaba otra”. La charla con Omar le hizo bien. En La Rural las vacas no paraban de quejarse y en su resignación alborotaban a todos los animales, una orquesta de ladridos, aullidos y sonidos de bichos que volvían a vivir en la noche llenaban el aire completando una intima tonada pampera. El campo, ya a oscuras y aceptando la maduración de una helada traía el viento dulzón, el olor a bosta, el relincho de los caballos y la luna grande y roja amanecía en el horizonte proyectando una luz de misterio y de sorpresa.

-Qué le vamos a hacer pibe... ¿querés un licorcito? ¿Un guindado?

La canasta de la bicicleta estaba llena de cajas y bolsas. Horacio dudó.

-Lo pones ahí, ¿quién se va a dar cuenta? Dale, te doy uno, para darte fuerza... Un buen guindado.

Omar se fue al auto, ese místico fitito que se mantiene útil y compacto, buscó en los asientos traseros, se oyeron ruidos de vidrios que se chocaban, ayudado con una pequeña linterna comprobó etiquetas y cuando encontró lo que buscaba lo miró a Horacio satisfecho.

-Un naranchelo. No le digas nunca a mi mujer porque me mata. Ella los ha hecho con tanto amor y esfuerzo, pero a vos te hará bien.

Se saludaron y Omar vio al pibe alejarse velozmente por la ruta. Las luces de la Shell a lo lejos iluminaban ese pasillo de asfalto que es una prolongación de la ruta 33. Se metió en el auto, y repuesto por la parada echó un último vistazo a la negrura, a ese pequeño cosmos telúrico, y a la Rural "Hay movimiento, se respira muerte, pero así es la vida", pensó y se volvió a Carhué. Había tenido buenas ventas así que llevaba buenas noticias a la casa, antes pararía por La Primera para buscar un poco de queso y pan, un chorizo seco y un buen vino patero.

-Y estas tapas sirven para horno y para freirlas, creo que nos vamos a animar, te cansa amasar siempre lo mismo. Hay que apostar al cambio Omar. Además tenemos que hacer nosotros nuestras cosas, porque sino viene todo de Buenos Aires y no sirve eso.

Omar con el pedazo de cuartirolo en la mano, le dijo al panadero:

-Mientras no te enloquezcas, ¿vos sos feliz haciendo las tapas?

Le dijo que si.

-Entonces no hay más nada de qué habar, pero no te enloquezcas. Estamos en Carhué. La Capital de la fe.

sábado, 10 de octubre de 2009

El descubrimiento de la fuente de soda (Capitulo de la novela Carhué)


El teniente coronel Nicolás Levalle llegó a nuestra región después de ganar una batalla que muchos califican como la más cruenta entre una tropa argentina y otra indígena, la que fue librada el 6 de marzo de 1876 en las proximidades de las Salinas Grandes contra la indiada bravía que pugnaba por quedarse en estas tierras. La División Sud había salido de Blanca Grande hacía unss semanas y en el camino tuvieron que soportar infinidad de padecimientos y furtivos encuentros con los indios quienes le seguían la huella de cerca, robándole en una ocasión los alimentos y parte de las municiones. La situación no era del todo afortunada para los hombres de Levalle, pero este militar que había nacido en Italia allá por el 40 y que había estado en los duelos más encarnizados de la historia patría no se dejó amedrentrar y dio el ejemplo yendo siempre a la vanguardia preparado para pasar a degüello en cualquier momento. Levalle era la avanzada de nuestro ejército y de su suerte dependía gran parte del futuro de la nación que aún estaba en cotidiana lucha por sostener su frontera, aun estaban frescas en su carne las heridas de la batalla de Lomas Valentinas y en la del Sauce donde su vida corrió por vez primera real peligro. Su misión ahora era acorralar al hijo del gran Calfucurá y obligarlo para siempre a retirarse, y si tenía suerte, matarlo para que el problema se terminara de una buena vez. Allí estaban entonces, muertos de hambre, de sed y medio atontados por la inmensidad de la pampa, escribiendo un capitulo nuevo en la historia argentina. Corría el año 1876 y Levalle había sido protagonista de más de una docena de guerras en las que siempre se destacó por su valentía…
El encuentro se sucedió bajo un sol sofocante con la blancura de las Salinas como fondo. Hubo que lamentar muchos muertos. 400 indios nada más quedaron tendidos alcanzados por el sable nacional, y de nuestro lado, fueron varias las víctimas que terminaron sus vidas cuando la boleadora justificó su origen. Namuncurá sufrió en carne propia la fuerza del batallón de Levalle debiendo replegarse antes de que su vida corriera peligro. Recordó lo que su padre le había dicho, que no debía entregar Carhué y reconociendo que podía probar suerte una vez reorganizado, se fue más allá de las Salinas a sus tolderías con un puñado de sobrevivientes. Levalle tenía por costumbre perseguir al enemigo hasta destruirlo, pero esta vez, la situación era diferente. Lo que había venido a hacer, lo había hecho. Había llegado más allá de Carhué y ahora podía entregar a la nación todas esas leguas. Las órdenes de Alsina eran muy claras, debía encontrarse con el coronel Salvador Maldonado en el arroyo Pigüé. Pero cuando vio a sus hombres se dio cuenta que estaban al limite de sus fuerzas. Era prioritario conseguir alimentos y agua.
Habian hecho prisionero a un indio que más tarde sería cacique, Tripailao, fue él quien le dijo al coronel Levalle que cerca de Carhué había un lago con aguas milagrosas que los antiguos consideraban sagrado. Pero no podemos afirmar a ciencia cierta si realmente esto sucedió de verdad, lo que si es historia es que Levalle siente que la herida recibida tres años atrás en la batalla de Don Gonzalo se hacía sentir, flaqueandole las fuerzas. Carhué sonaba como el paraíso al que debían llegar, pero aún había que llegar a Carhué…
No había carne ni agua llegando a extremos inhumanos, la tropa debió asar unos perros cimarrones que merodeaban la triste caravana. Mientras tanto Levalle sacando fuerzas de donde no tenía, siguió dando el ejemplo, aunque algunos notaron su palidez en el rostro, era un hombre acostumbrado a las largas travesías y no iba a caer fácilmente. Ya había dejado atrás la guerra de la triple alianza, los combates en Paraná, el Diamante, la Paz en Entre Ríos bajo un calor insoportable, atrás había quedado también cuando tuvo el mando del Ejército del Oeste con el fin de sofocar a los rebeldes en Mercedes, Chivilcoy. Tantas, eran tantas las guerras es las que había participado, sus hombres lo veían y solamente seguían en pie porque nunca se permitía dar una señal de debilidad. Pero aquella travesía tras la caída del malón de Namuncurá lo dejó exhausto. Sabía, y esto era lo peor, sabía que por las venas de ese viejo zorro corría la sangre de la piedra azul, de Callfucurá, y tarde o temprano se verían las caras nuevamente. Pero el cansancio que sentía era nuevo, y no sólo él, la tropa tenía la sombra de la desgracia que sobrevolaba sus cabezas, sabía que un hombre mal alimentado no sólo era débil, sino desconfiado. Pasaron la noche dentro de las Salinas, y cuando amaneció, nada había cambiado, aunque Levalle no pudo levantarse y Udaondo se vio en la obligación de trasladarlo en la unica carreta que tenían. Aquel escenario era nuevo para los soldados y casi inaguantable para Levalle que siempre fue un hombre que se conoció por huir del reposo.
Cada tanto llamaba a su sargento y le pedía informes de la situación en la que se encontraba el batallón, y cada hora le pedía que fuera él mismo a echar un vistazo para ver si no había en las inmediaciones algún indio bombero. Levalle era conocido por no delegar jamás el mando y él debía o no aprobar hasta el modo de hablar de sus subordinados. Era muy observador, y sabía mucho y no tenía miedo, combinación que lo hacía un ser humano importante, y a pesar de su estatura mediana baja, enorme. Era tan grande su personalidad que generaba entre los suyos una sensación de imprescindibilidad cercana al ridículo, haciéndole sentir a la gente que no se podía hacer nada sin su autorización u opinión, o más lejos aún sin su presencia. López Lecubé cuenta una anécdota que pinta de cuerpo entero esta situación, el historiador nos dice que los soldados en época de calor, no cortaban las sandías sin antes mostrársela a Levalle, quien con su cuchillo les indicaba dónde hacer el corte calador; también es cierto que cuando los indios se acercaban hasta que él no lanzaba el primer grito, los demás no sabían siquiera como empuñar el pedazo de madera que tenían por rifle. Hombre completo en definitiva y criollo de pocas pulgas y principalmente, enemigo de los mañeros, y de los indisciplinados. En lo bajo se reconocía que era difícil saber qué era más jodido, o vivir en la pampa o estar bajo las ordenes de Levalle. Pero a la rudeza la equilibraba con una lealtad inmensa hacia sus soldados, su perro, y a la soda.
Podía sufrir cualquier privación pero la soda tenía que tenerla aunque tuviera que mandar a todo el batallón varias leguas para conseguir alguna garrafa del gaseoso liquido. Podía beberla a todo momento y en cualquier cantidad, pero cuando sabía que no tenía mucho, sólo le hacía falta tomarse una tacita a la hora de su siesta y acto seguido, eructar mirando el horizonte, esta ceremonia la hizo en todos los lugares en los que estuvo. Su conducta y su moral, se fortalecían tomando soda y a partir de allí caían luego a toda su humanidad, es decir, en un mundo en donde conseguir una garrafa de soda era muy difícil, y más en la indómita pampa, Nicolás Levalle sabía que eso era lo que necesitaba su alma para seguir cuidando su otro gran amor, la patria.
En aquellos días en que pretendemos insertarlo en nuestra historia, Levalle venía de mandar el 5to batallón que intervino en la sofocación del intento revolucionario del 74, organizando las tropas en Chivilcoy y Mercedes, mandando el llamado Ejército del Oeste que actuó en la batalla final en Junin, fue tan sobresaliente su actuación que ahí nomás sobre el campo de batalla fue ascendido a Coronel y nombrado Jefe de la frontera Sud con asiento en Blanca Grande. Con estos laureles la patria lo había necesitado nuevamente y acá estaba, victorioso pero medio muerto.
Según los archivos del ejército, mientras cruzaban las Salinas Grandes el tiempo les jugó una mala pasada, los agarró un chubasco infernal acompañado luego por un temporal de viento pampero helado; el batallón, en el medio del salitral, tuvo que taparse con lo que llevaban puestos y aguantar juntos el aguacero. Al amanecer, la lluvia había parado pero no así el frío, el frío que quema y llega hasta lo profundo del hueso, la sal pegada en la piel hacía insoportable la sed. Con las primeras luces violáceas del alba, todos miraron al jefe, pero no vieron lo que estaban acostumbrados a ver, es decir, en vez del hombre inmenso, vieron aparecer a un tipo flacucho y despeinado que decía zonceras, y muy a su pesar, tuvo que reconocer que sentía escalofríos y, aunque le costaba, tenía que lanzar débiles sollozos. El espectáculo no podía ser peor. Udaondo, su sargento fiel, lo ayudó a levantarse pero volvió a caer en el catre que habian puesto en la carreta y como pudo ordenó seguir viaje, al terminar de balbucear algunas palabras, le dió una orden:
-Necesito soda, urgente.
Pero Udaondo se quedó parado y mudo y sin saber cómo decirlo, lo encaró a su superior. Cómo decirle que hacía días que no había más soda, ni agua ni siquiera un pedazo de pan podrido. Cómo decirle lo que él ya sabía y que ahora por efecto de esta enfermdad que para muchos fue gualicho no recordaba. La noticia lo enfureció, y lo dijo para que todos los oyeran aunque su voz sonó tan débil.
-Hubiera preferido morir que quedarme sin soda. Marchemos igual, y guay el que chiste por el hambre. –al terminar de decir aquello, volvió a caer en un sueño molesto y la tropa siguió viaje por ese país blanco, sin ningún árbol a la vista, la monotonia de esta pampa de sal los volvía locos. Fue así que anduvieron por esa llanura salada y resbaladiza, y cuando por fin la superaron se encontraron en otra pampa, pero de pasto. Infinita. No sabían muy bien la posición y Levalle decía incongruencias así que Udaondo, confundido, ordenó seguir más o menos por donde a él le parecía que había venido. Levalle seguía pidendo soda, era lo único que hacía. El indio que habían agarrado prisionero le comunicó que él sabía el lugar donde se encontraba ese lago milagroso. Pero no era confiable su invitación, podría tratarse de una emboscada, y así como estaban no podrían defenderse, aunque algo en ese indio le llamó la atención, algo le hacía creer que no le estaba mintiendo. Mandó a llamar a Udaondo y le dijo por dónde tomarían para llegar cuanto antes a ese lago para sofocar la penosa situación en la que estaban. A las pocas leguas vieron el primer boulevard de eucaliptos, y hacía allí se dirigieron, haciéndole caso al indio Tripailao. Los soldados estaban nerviosos, y los pocos que tenían algunas balas, se ubicaron en sus puestos. Pasaban las horas y el lago no se veía, y Levalle dentro de esa carreta se volvía más vulnerable a ese patatus que lo volvía tan débil, lo único que repetía era: “Soda… soda...soda” Udaondo a medida que se acercaba el mediodía presentió algo, y el Coronel, tan mal como estaba, tenía los altos valores de la patria enquistados en su corazón y no iba a permitir que cayera ni un solo soldado más. Lo llamó a su sargento y le dijo que iban a continuar esa marcha pero que podria tratarse de una emboscada, y sino, cuanto menos, algunos indios podrían estar vagando por la zona. Era necesario mandar una avanzada y detenerse ellos hasta tanto no llegaran estos soldados con un reporte. Udaondo eligió a cuatro de los soldados que mejor aspecto tenían y les dijo que se fueran para ver qué pasaba más allá de aquellos árboles. A las cuatro horas volvieron, pero sólo dos. Y las noticias que traían eran buenas, a pesar de las bajas.
-El agua no es agua normal mi coronel… No pude hacer que vuelvan, se quedaron flotando, es cosa de no creer…
Levalle los oyó como si hablaran con eco. La fiebre le ardía la cabeza y a pesar de que oyó lo que suponía era algo ridículo, supo que la fiebre lo llevaba a la locura. Cerró los ojos y se cayó. No pudo controlar más esa horrible amenaza que nubló su alma ya cansada de estar en permanente campaña. Udaondo tomó el mando hasta que su superior despertara y siguió viaje hasta ese lugar maravilloso del que hablaba el soldado.
Levalle volvió a despertarse echado bajo un inmenso eucalipto alto como una montaña. Era un día soleado. La tropa estaba alrededor de él mirándolo, atentamente y algunos sonriendo. El sargento Udaondo, le preguntó si estaba bien, y le contestó que tenía mucha sed, que no aguantaba más la sed.
-Eso quería oír mi general. Necesitamos su opinión sobre un tema que es muy importante.
Levalle lo miró con extrañeza, había visto muchas veces dudar a Udaondo, pero jamás con esa picardía en la mirada. Algo estaba fuera de su control y eso lo enfureció. Se levantó y estaba a punto de sacar su rebenque cuando el sargento le trajo una taza. Era necesario un azote, pero antes tomaría algo. La tropa estaba muy relajada y él no sabía qué era lo que estaba pasando. ¿Dónde estaba el coronel Salvador Maldonado… porqué no estaban en la orilla del arroyo Pigüé como había ordenado Alsina?
-Conseguimos soda. Tome.
La noticia lo enfureció aún más. Cómo era que habían conseguido soda sin su autorización. Miró alrededor y toda la tropa lo miraba con esa misma duda, algo vaga y secreta, como si todos supieran algo que él desconocía. Agarró la taza y miró al fondo de la misma. Había soda, un poco sucia, pero soda burbujeante, y a su parecer, por demás burbujeante. Hacía meses que no veía tantas burbujas y tan bien compuestas. Esta soda era fresca, no había dudas. Bebió. Tragó. Udaondo lo miró. Levalle sintió que le volvía el alma al cuerpo, pidió más y le dieron, volvió a pedir, y nuevamente le llenaron la taza.
-¿Y, mi general, es rica?
Nicolas Levalle masticó otro sorbo de soda y lo eructó y miró el horizonte. Fue un eructo limpio, sano, purgatorio. No necesitó más tiempo para reconocer que era la soda más rica que había probado desde su infancia.
-Qué si es rica… es muy buena… dígamelo ya, ¿dónde consiguieron esta soda?
-De acá cerca.
-No ande con vueltas sargento sino quiere que lo cague a garrotazos.
Udaondo sintió la amenaza.
-Yo no sé si se acuerda de esa laguna que la patrulla divisó. –Levalle afirmó aunque no recordando nada.- Bueno, mi coronel, esta soda es de ahí.
-Explíquese mejor. ¿Cómo que es de ahí?
-Esa laguna no tiene agua mi coronel. Es una laguna de soda. De esa soda que tomó.
Nicolas Levalle se tapó la cara con la mano derecha, con la izquierda se apoyó en el tronco del eucalipto. Sintió que el sol se le venía encima. Las rodillas se le doblaron pero aguantó el vendaval. La felicidad le abrió la boca y le curvó los labios. Lanzó una carcajada ronca y al siguiente instante le habló al oído a Udaondo.
-Me cago sargento.

domingo, 27 de septiembre de 2009

Monumento a la soda


Virginia Delrieux, la misteriosa, nos ha confiado estas fotos, al parecer, ella conoce la ubicación del perdido monumento a la soda que la Orden de la Soda mandó a hacer para representar su simbolo mas deseado, el sifón de oro.





lunes, 31 de agosto de 2009

Leandro Vesco y la confirmación de su investigacion. El espiritu del lago del lago Epecuen fue fotografiado!

El espiritu del Lago Epecuen. Las fotos fueron tomadas por Virginia Delrieux. ¿Es realidad, es ficcion? Estas imagenes hablan por si mismas. El espiritu se ha despertado...





El Sifón de Oro de Nicolas Levalle


Recibimos una foto que dará que hablar. Este sería el Sifón de Oro de Nicolas Levalle. El contenido del mismo daría inmortalidad, entre otros poderes. Está en Carhué y lo tiene bajo custio el último Gran Maestre de la Orden de la Soda.


viernes, 14 de agosto de 2009

Hallaron la conexion entre Soda Carbajo y La Copa de la Orden

Hemos contactado a una estudiante de arquitectura, Anabela Medina, quien nos a ayudado a verificar que claramente las medidas de la flecha que se encuntra en el sifón son proporcionales a las medidas de la curvatura de la Copa de La Orden. Todos estos años nos han querido dar pistas? Esta será la clave para revelar el gran secreto oculto por La orden de la Soda? Este estudio lo hicieron Paula Meloni y Ana Clara Uribe Echevarria.

lunes, 10 de agosto de 2009