sábado, 24 de octubre de 2009

LAS TAPAS DE EMPANADAS Y LAS DUDAS (Capitulo de "Carhué" de Leandro Vesco)

El dueño de La Primera le preguntó a Omar si le habían gustado las tapas de empandas que había comprado la noche anterior, eran de elaboración propia, era el único que las había llevado porque como eran vecinos tenían una muy buena relación, toda una vida viviendo a tan pocos metros. Omar le contestó que eran muy ricas, bien gruesas, bien caseras parecían recién amasadas, hojaldradas, mucho mejor que las que venían de Buenos Aires, o de Bahia Blanca.

-¿Pero tienen gusto a manteca? –le preguntó preocupado el panadero.

-Tienen el típico gusto a la manteca de Carhué, a cosa vieja rica.

Todavía no había mucha gente en la calle y en el boliche había dos clientas pero estaban siendo atendidas por su hija, tenía tiempo para hablar con Omar, además de que estaba muy interesado en saber sobre las tapas.

-Quiero empezar a hacer tapas de empanadas, para vender. Lo hemos estado hablando y se puede hacer con un poco de esfuerzo. Tengo una receta propia.

Omar había ido a comprar las facturas porque Lili se estaba bañando, como todos los días. Era una mañana soleada, transparente, fría y hacia falta mirar al cielo para sentirse de buen humor. Seguramente al mediodía haría calor, y en los campos las vacas buscarían la sombra para hacer la digestión.

-Pero ustedes ya tienen tanto trabajo. Las prepizas, las galletas, las facturas…

-¿Pero salen buenas o no las tapas?

-Si, buenas salen, para chuparse los dedos, pero pensaste en que a lo mejor no den abasto con tantas cosas, siempre te estas quejando. A lo mejor te vas a enloquecer.

La noche anterior había llegado de la Chacra cansado pero siempre tranquilo porque había parado dos veces en la ruta para descansar el motor del auto, ese glorioso fitito que tiene la historia de Carhué en sus ruedas. Había visto movimiento en el cruce, y mucha entrada de vacas en la Rural, caminó unos metros hasta quedar lejos de la vanquina para oír mejor la desazón vacuna. Ese desgarrador, y melancólico, persistente mugido de socorro que las vacas en comunidad hacen al entrar a la rural sabedoras del próximo paso, del final. El muchacho de la YPF, Horacio, estaba sentado con su bicicleta en esos asientos que hay antes de llegar a la Rural, lo vio a Omar.

-Qué cosa, la vaca cómo sabe que la están preparando para el matadero.

Horacio se llevaba bien con Omar, y muchas veces Omar le regalaba algún que otro dulce, o licor.

-Lo peor es la gente que dice que la vaca no se da cuenta. El animal ya sabe todo, y sufre como loco, pero ¿qué otro remedio hay?

-No queda otra, carne hay que comer, pero es tremendo ese ruido, y viste que se comunican porque se van contestando por los campos. A la noche hoy va ser tremendo, después de la YPF me vengo para acá, a veces da miedo, pero siempre es fascinante. A lo mejor me atrae saber que ellas van a morir y yo no, a lo mejor es eso.

El atardecer dejaba ver aún más el polvo porque los faroles de la Rural lo capturaban sin desperdicio, había un movimiento bárbaro, la gauchada a pleno con los rebenques, los perros que sentían y usaban el poder que les habían dado y las vacas, pobres perros grandes, que se apretujaban en los corrales levantando sus cabezotas con los ojos abiertos. Mañana habría feria y a lo mejor nomás ese mismo día ya estarían muertas. Algunas se irían para Liniers y podrían disfrutan de un último viaje por la pampa, pero qué triste debería ser ese trayecto, sabiendo que la guadaña les daría la bienvenida en el gran mercado de hacienda. Pero por lo menos, harían ese viaje hasta la gran ciudad.

-Las que entran, le comunican a las que están libres que dentro de poco les toca a ellas y así, todas sufren por igual. Es un bicho raro la vaca. Y la naturaleza muy justa y violenta.

El sol se había ido y quedaba un resplandor anaranjado, rosáceo que iluminaba las panzas de las últimas nubes que se retiraban a otros horizontes para formar un nuevo día dejando una nueva noche. Por la ruta iban y venían camiones con choferes agotados, algunos buscando el refugio de alguna estación con ducha y después el reparador churrasco con vino si podían tomarse una noche, o con coca si tenían que seguir viaje; y otros, la comodidad de regresar a sus casas para ver a sus hijos y esposas con los guisos humeantes arriba de las mesas familiares, adornadas con un tubito de Paso Ancho y Soda Carbajo; al lado de estos focos potentes, se veían otros pálidos y mucho más chicos, ciclomotores de peones que volvían a Carhué o se iban de Carhué, el día estaba terminando y sin embargo en la Rural el movimiento recién empezaba. Había una fila de varios camiones jaula llenos de ganado bien engordado. Era un día que podría terminar a las dos o tres de la mañana, los alaridos se oían como llamando a un dios y los rebencazos ordenaban la desorientación vacuna.

-¿Y qué haces por acá?

-Vine a entregar unos lubricantes, ya me vuelvo al laburo.

Horacio no miraba a Omar, sino al horizonte en llamas. Esa esperanza que el infinito nos regala todos los días, pero una esperanza tristona.

-¿Se pone duro no?, digo, el laburo, la patrona…

Afirmó mirándolo por primera vez.

-Y a veces dan ganas de cambiar. De hacer otra cosa… -Omar hablaba como si ese horizonte fuese una persona.

Los dos se sentaron en el sofá de cemento, arriba el techo celeste dividido en tonalidades de ensueño mostraba las primeras estrellas y una luna roja en el horizonte que parecía estar a unos metros nomás de aquella tranquera.

-Lo peor sabés qué es… Cuando ya ni sabes qué queres. Que te da la mismo acostarte, o ir al laburo, o renunciar, seguir o parar. No saber qué hacer eso sí que es lo peor. Porque te da la mismo todo, no te jugas por nada, y perdes. Perdes todos los días un cacho de vida.

Omar se frotó las manos y suspiró. Lo que sentía Horacio en algún momento podría sentirlo su hijo, siempre pensaba eso, pero el muchacho estaba tan bien en la casa ayudando a su madre con las mermeladas, o leyendo historias de ciencia ficción, pero algún día, dentro de poco quizás, se le despertara el bichito de querer irse para hacerse a la vida. Le daba tanto temor pensar en ese momento, estaba muy acostumbrado a ver al muchacho en la casa. Es increíble cómo un hijo con su sola presencia condiciona tanto la vida de un padre. Antes, el hombre piensa que la soledad será una compañera gratificante, pero cuando llega un hijo, esa personita nos mira con esos ojos abiertos, esperando siempre la protección, esos ojos que van chupando vida y que están ávidos de vivirla. Llega un momento en que no se puede hacer nada sin la compañía de ese niño tan parecido a uno porque los días son incompletos sin la mirada de ellos, sin esa sombra que, aunque pequeña, ejerce tanto amor.

-Pero vos estás bien en la YPF, ¿para qué te queres ir?

-Para probar suerte. –le dijo con seguridad Horacio. –Para probar suerte y hacer mi vida.

-¿Y acá no la podés hacer?

Horacio lo miró sorprendido, mostrandole una buena risa.

-¿Acá en Carhué? Imposible. Qué sé yo… pero me gustaría irme a Pigüé o a Bolivar, ver otra cosa, siempre lo mismo acá. Por lo menos ver qué pasa en Huanguelén.

-¿Y por qué en Huanguelén va a ser diferente que acá?: Porque no están tu madre y tu tío, es eso.

-No, bueno, si, pero no sé. A lo mejor sí, pero me gustaría estar solo y ganarme la vida yo, alquilar una casita...

Estar lejos de los padres pareciera ser lo primero que piensan los hijos cuando pueden pensar por sí mismos, alejarse del calor paternal para refugiarse en la maravilla de vivir la vida solos, ¿sería esto un instinto natural? ¿será que aún conservamos alguna cosa de la selva que nos hace volver a la incertidumbre donde solamente el instinto manda?, ¿será nada más que somos animales y necesitamos estar solos? Pero el mundo moderno, la ciudad y los chantas se aprovechan de los muchachos, los hacen trabajar mil horas por nada o peor, los meten en los mundos del vicio donde el mal gobierna, y ellos fascinados por los paraísos falsos, se hunden en la droga o el alcohol. Pero también hay algo que es cierto: nunca fue fácil, hacerse camino, mantenerse en el buen rumbo, jamás fue fácil, siempre hubo que lucharla. Laburar de lo que sea, ganarse el pan. Al oír a Horacio se le vinieron a la cabeza muchas cosas, entre ellas, la duda por haber decidido algo dejando en el cruce de su vida ese otro camino que nunca se animó a transitar.

-Yo una vez sentí lo mismo, ganas de irme, pero despues con los años se me fueron hasta que me di cuenta que Carhué era mi lugar, que este horizonte me incluía. Que podía echar raíces acá. Yo, sin este horizonte no soy nadie. Es verdad que hay magia en el aire. Una vez que Carhué te atrapa, ya no podés escapar… Pero te entiendo, la vida mide tus fuerzas, mide tus fuerzas, tus capacidades, siempre y esa duda te carcome. ¿Qué hago, sigo acá, me voy a probar suerte a otro lado?, y mientras tanto la vida no perdona porque tenés que seguir adelante, con tantas dudas sobre tantas cosas esenciales, pero la vida corre y hay que seguir adelante, no te queda otra, apostar a la vida, trae más vida. ¡Cómo no te voy a entender!

Un auto pasó como un rayo sobre la ruta, el motor se perdió junto con las luces traseras dejando una estela de asombro y libertad. Horacio quedó pensando en sus dudas y la charla lo entusiasmó, oir que otro le pasan las mismas cosas que a uno, reconforta. Contiene, y por sobre todo, da apoyo.

-Pero usted ya tiene familia Omar.

-No tiene nada que ver. Las dudas te persiguen, porque siempre te ronda en la cabeza esa pregunta: ¿qué hubiera pasado si me hubiera ido? Cuando me di cuenta de que Carhué era mi lugar, esas dudas se fueron pero no tan lejos porque vuelven, cuando menos las esperas. Pero viste cómo es todo, todo pasa por acá –le dijo señalándole el bocho-. Ayuda mucho cuando vos tomas la desición de quedarte y de aceptar tus limitaciones. Cuando aceptas la vida que te tocó y la vivis, sin enloquecerte, todo es más fácil, porque te despertas bien, con ganas de seguir viviendo con fuerza. Lo que quedó atrás y no fue, te ayudó a ser lo que sos ahora, con todo lo bueno y todo lo malo.

Ya la noche estaba declarada y el viaje de entrega de los lubricantes se había alargado demasiado, sabía que Patricia tiraría bronca, le podía decir que se le había salido la cadena, pero no tenía ganas de mentir, pero usaría la excusa de la cadena, “no quedaba otra”. La charla con Omar le hizo bien. En La Rural las vacas no paraban de quejarse y en su resignación alborotaban a todos los animales, una orquesta de ladridos, aullidos y sonidos de bichos que volvían a vivir en la noche llenaban el aire completando una intima tonada pampera. El campo, ya a oscuras y aceptando la maduración de una helada traía el viento dulzón, el olor a bosta, el relincho de los caballos y la luna grande y roja amanecía en el horizonte proyectando una luz de misterio y de sorpresa.

-Qué le vamos a hacer pibe... ¿querés un licorcito? ¿Un guindado?

La canasta de la bicicleta estaba llena de cajas y bolsas. Horacio dudó.

-Lo pones ahí, ¿quién se va a dar cuenta? Dale, te doy uno, para darte fuerza... Un buen guindado.

Omar se fue al auto, ese místico fitito que se mantiene útil y compacto, buscó en los asientos traseros, se oyeron ruidos de vidrios que se chocaban, ayudado con una pequeña linterna comprobó etiquetas y cuando encontró lo que buscaba lo miró a Horacio satisfecho.

-Un naranchelo. No le digas nunca a mi mujer porque me mata. Ella los ha hecho con tanto amor y esfuerzo, pero a vos te hará bien.

Se saludaron y Omar vio al pibe alejarse velozmente por la ruta. Las luces de la Shell a lo lejos iluminaban ese pasillo de asfalto que es una prolongación de la ruta 33. Se metió en el auto, y repuesto por la parada echó un último vistazo a la negrura, a ese pequeño cosmos telúrico, y a la Rural "Hay movimiento, se respira muerte, pero así es la vida", pensó y se volvió a Carhué. Había tenido buenas ventas así que llevaba buenas noticias a la casa, antes pararía por La Primera para buscar un poco de queso y pan, un chorizo seco y un buen vino patero.

-Y estas tapas sirven para horno y para freirlas, creo que nos vamos a animar, te cansa amasar siempre lo mismo. Hay que apostar al cambio Omar. Además tenemos que hacer nosotros nuestras cosas, porque sino viene todo de Buenos Aires y no sirve eso.

Omar con el pedazo de cuartirolo en la mano, le dijo al panadero:

-Mientras no te enloquezcas, ¿vos sos feliz haciendo las tapas?

Le dijo que si.

-Entonces no hay más nada de qué habar, pero no te enloquezcas. Estamos en Carhué. La Capital de la fe.

3 comentarios:

Nanim Rekacz dijo...

Qué bien contado, Leandro.
Imágenes muy fuertes del campo, la vida cotidiana, las elecciones, el trabajo, la amistad, y esas vacas mugiendo...

Leandro Vesco dijo...

Muchas gracias Nanim. Me alegra que te guste. Si queres podes ir a www.facebook.com/novela.carhue Vivis en La Patagonia?

Rocio dijo...

Hola! Excelente entrada. Me ha hecho reflexionar mucho... Gracias! (A modo de comentario nomás, creo que una de las mejores tapas de empanadas las hacen en paris)